julio 14, 2012

La importancia de tener un tío llamado Max





Nunca olvidaré la primera vez que fui al Estadio Nacional. Yo tenía 5 años y era un partido nocturno. Jugaba Municipal contra Corinthians. Ese recuerdo, hace más de 55 años, tiene solo dos protagonistas: el tío Max y yo. El resto ha ido desapareciendo con los años. Era la época cuando todavía alquilaban cojines en Oriente y Occidente, verdes y obviamente gastados, pero cómodos. El tío Max me alquiló dos, para que pudiera ver bien el partido.

Comí maní con cáscara, delicia envuelta en papel celofán rojo, y otras golosinas mas que no recuerdo pero la imagen de la cancha verde, la pelota blanca y todas las luces, está grabada a fuego en mi memoria.

Después de esa vez, la cantidad de veces que el tío Max nos llevó al fútbol, fueron incontables. Me hizo hincha del Muni y nunca, nunca me castigó, criticó o me hizo sentir mal con los comentarios que muchas veces los adultos hacen a los niños sin pensar.

Quizás la única vez fue cuando en el barrio de Paseo de la República, yo estaba peleando con un pata de otro barrio, gracias a mi hermano Eduardo, que tenía la rara habilidad de joder siempre a gente mas grande que él (y que yo, la mayoría de las veces). 

Al ser el hermano mayor, había que salir al frente, cagándome de miedo, y con las piernas que me temblaban, con el ya aprendido de memoria: ¿porqué abusas de la criatura? ¡Trata de meterte con uno de tu tamaño! Automáticamente, el individuo de su tamaño pasaba a ser yo. Y empezaba el ritual. Las caras se acercaban hasta que la distancia era de milímetros, y siempre mirando a los ojos, tratando de “bajar” al otro. Después el empujón, y a pelear con todo. Un cabezazo inicial en esos tiempos no era de hombres. Me debo haber peleado unas 25 o 30 veces, Nunca me pegaron y siempre me temblaron las piernas.

Para esta bronca en particular, yo tenía como 11 años. En pleno calor de la pelea, se acercó el tío Max, puteó a todo el mundo y me llevó a jalones a la quinta donde vivíamos, gritándome ¡malcriado, cómo te peleas en la calle! Una vez dentro de la quinta, sacó la billetera, me dio 10 soles, y me dijo, ¡Fernandito, le sacaste la mierda! ¡Estoy orgulloso de ti!

Ese era el tío Max. Me enseñó las cosas que no están en los libros ni se enseñan en el colegio; la pendejada, las leyes no escritas, ese código masculino de hombría, de ser derecho, pero no dejarse atrasar. Incluso me enseñó a chupar, pero no fui muy buen alumno. Siempre tomaba demás.
Quisiera decir que el tío Max hizo eso porque yo era su sobrino favorito. Pero no es así. Hizo lo mismo con todos sus sobrinos. Las camisetas del equipo del barrio, algunas pelotas de fútbol, las propinas a TODOS.
Pero sobre todo, ahora que lo veo en perspectiva, esa alegría de ser tío, de tener unos sobrinos de la PM, como él decía, y que en perspectiva también, le ha pagado mucho. Pocas personas serán recordadas como él, y pocos podremos decir que tuvimos el mejor tío del mundo.

¡Feliz Cumpleaños, Tío Max!