agosto 11, 2012

El gringo Mark

En mis años mozos, viví en una cantidad regular de pensiones. Dado que por circunstancias de la vida, empecé a vivir fuera de casa desde que tenía 14 años, las pensiones resultaban ser una solución perfecta a alguien como yo, desordenado, torpe y completamente inútil en labores domesticas.

En la pensión me limpiaban el cuarto, el baño, me tendían la cama e incluso en algunas me lavaban la ropa. En las que no era así, logre convencer a las dueñas de enviar mi ropa a la lavandería. Solo en una tuve problemas, porque no aceptaban medias ni ropa interior. Finalmente llegue a un acuerdo con una de las empleadas y a partir de ahí, tuve medias limpitas y calzoncillos de un solo color.

En las pensiones suelen vivir muchos provincianos que están estudiando, pero también muchas personas que por una u otra razón, prefieren vivir solos. Gays, neuroticos, e intelectuales en su mayoría. Están también los que no tienen otra alternativa. Solterones, solitarios y algunos personajes definitivamente raros, de diferente pelaje. Recuerdo aun a un estudiante perpetuo, que vivía en una pensión por 17 años, y aun estaba en la Universidad. Un día le pregunte cuales eran sus planes para el futuro y sin contestarme, me dio una mirada como si le hubiera preguntado la solución a la cuadratura del circulo. Ahí quedo.

Otro, ya mayorcito, sin familia conocida, me comento que solo esperaba la muerte. Tenía todo arreglado y estaba convencido cada día que seria el último. Sorprendentemente, lo vivía como si fuera el día siguiente. No hacia nada, no decía nada, y solo esperaba la nada. Sin embargo, gozaba de perfecta salud.

No, si de que los hay, los hay.

Como en el 75, estaba yo en una pensión pequeña, donde vivíamos como huéspedes estables un muchacho huancaíno y su hermana, un escuálido personaje, hijo natural de alguien que le pagaba los gastos de alimentación y hospedaje para acallar su conciencia, un australiano completamente antisocial y silencioso, y siempre había una población flotante. Además estaba el hijo de la dueña, la señora Simito, que tenía más o menos nuestra edad. (la del huancaíno y mía)

Un buen día, llego a la pensión una chica americana, con recomendaciones de alguien que estuvo allí previamente y que venia para realizar un estudio de verano en un pueblo joven. Ignoro la naturaleza del estudio, solo se que eran varios estudiantes y ella la única que se quedo con nosotros. La chica, Sunny, era gordita y no muy bonita, pero era amigable, y causo cierta excitación febril en el huancaíno. No era sorpresa; este pata se excitaba mirando dibujos animados de Minnie y Mickey Mouse. 

La chapa de este muchacho era TifiTifi. Flaco de última, nariz afilada, achinado y la cara parecía pintada por el Greco. Cuando mi amigo Manuco le puso la chapa, no hubo discusión, solo una carcajada en pleno, pues una vez mas, el ingenio daba una descripción exacta de la sensación producida. El padre de TifiTifi era empresario y eso le proveía de un buen auto y de una cuenta de gastos sumamente razonable.

El hijo de la señora Simito se llamaba Lucho y mi amigo el escuálido era Tito, A Tito nadie le puso chapa, porque tenia un problema de retardo mental ligero, lo suficiente para que no nos pudiéramos burlar de el. Baste decir que era mas flaco que TifiTifi, tenia la mirada desviada y un aire permanentemente ausente.

Así las cosas, resulto ser que Sunny era tremendamente amigable con sus compañeros del proyecto. No con uno ni con dos, sino con los cuatro que conocimos. Todas las tardes venia del trabajo de campo con uno y a veces dos de sus compañeritos, subían a su habitación y pasaban un par de horas en lo que todo el mundo asumía era recopilación de notas y apuntes del dichos estudio.
TifiTifi fue el primero en descubrir que los sonidos provenientes del cuarto de Sunny no correspondían necesariamente a conversaciones o lápices escribiendo duramente sobre el papel, pues su habitación era contigua a la de ella. 

Yo me entere cuando lo encontré en el comedor buscando copas y vasos a los que estudiaba con cuidadoso detenimiento. No supo darme una respuesta adecuada y finalmente confeso que estaba buscando un aditamento para pegarlo a la pared y poder escuchar mejor lo que pasaba. Hizo varios experimentos y finalmente concluyo que una lata de leche sin el fondo y sin la tapa era la que realizaba el mejor trabajo.

Debo concluir que así era. Todas las películas en que se ve a la gente con una copa escuchando en la pared han perdido el tiempo. La lata es mejor de lejos.
Mientras TifiTifi trataba en vano de abordar a Sunny, (labor harto difícil ya que no hablaba una puta palabra en ingles) en mi relativamente aceptable ingles, me entere que tenia novio (boyfriend) y que estaban muy enamorados, tanto así que la ultima semana en Lima, su novio vendría de alguna parte de Iowa o Idaho, para pasarlo juntos.
Huelga decir que Sunny no tenía idea que su sonoridad había trascendido las cuatro paredes de su habitación.

Con TifiTifi en estado frustrante y febril, un día se apareció Mark, el novio.
Mark media como 1.85mt y era rubio, rubio, ojos azul pálido y blanco como la leche. Se podían ver sus venas (azules, claro esta) en su frente, y tenia una cara de querubín, con una inocencia y un candor conmovedores. En resumen, se notaba a la legua que era aburridísimo y virgen como el día en que nació.

Mark no fumaba, no tomaba, no usaba drogas, no maldecía y en mi opinión, no se divertía. Estudiaba (que mas?) filosofía y sonreía siempre, sin importar lo que se le preguntara. Era el ser humano más químicamente puro que haya visto en mi vida. Algo así como un hombre destilado.

TifiTifi y el se hicieron amigos casi de inmediato. Probablemente los hermano el compartir la misma carencia de sexo. Yo tenia que actuar de traductor, y me quedo claro que TifiTifi quería corromper al gringo a como diera lugar. Lo invito a comer ceviche con una cervecita. Mark no comía picante ni alcohol.

Lo llevo al Pigalle y al Embassy, Mark sonreía pero seguía sin tomar y sus ojos no demostraban ninguna variación en su estado de ánimo ante los strip tease de señoras que nos doblaban la edad.

Subió a su auto a un par de trabajadoras sociales de la Avenida Arequipa, que lo toquetearon y algo más. Los ojos y la sonrisa seguían igual.

Hubo tantos intentos fallidos que terminaron desarrollando más que una amistad, una afinidad opuesta. Como que se acostumbraron a jugar este juego de intenciones encontradas, y lo tomaban deportivamente. Creo que internamente, ambos sabían que tenían algo en común.

 Finalmente,  ante un TifiTifi de rodillas, Mark acepto salir de juerga con todos y le prometió a TifiTifi que “intentaría” tomarse un vaso de cerveza.

Y llego el gran día. Se apuntaron para esta aventura, Lucho, Tito, Mark, TifiTifi y yo.
Fui nombrado guía de la expedición turística por unanimidad, gesto que agradecí muy formalmente, y me propuse hacer un itinerario en el que la oportunidad de que Mark tomara un trago estuviera siempre presente.
Llegamos primero al Sagitario, un barcito simpaticon en la avenida del Country, casi frente a El Dorado. Lugar discreto y en el que podíamos hacer bulla a las 7:00 de la noche y ejercer presión, incluso física, contra Mark. El dueño era amigo y sabia del fin de la “expedición”. Le ofrecimos todo tipo de cocteles, subrepticiamente mezclamos su Coca-Cola con licor. Intentamos recurrir al razonamiento, a la suplica, a la amenaza. Todo fue inútil.  El único resultado fue que Mark decidió tomar agua de ahí en adelante.

Fuimos luego a la pena Poggi en Barranco, donde tenía yo una especie de relación “artística” con Gino y Ricardo, los hijos de Don Mario Poggi. Ellos tocaban guitarra y cajón y yo que me sabía todas las letras, cantaba, pero completamente fuera de nota. Lo importante es que alguien en el público cantara para animar la cosa.

Lo estábamos pasando en grande. Les dije a los Poggi que no le dieran agua (ni siquiera de caño) al gringo y que sirvieran abundante cancha, con mucha, mucha sal.

Estoicamente, mientras nosotros consumíamos cerveza a velocidad superior al promedio, Mark ni se mojo los labios con cerveza. Al final, nos dimos por vencidos, y nos retiramos, aceptando nuestra derrota.

Antes de regresar a la pensión, fuimos al San Carlos, restaurante en la cuadra cuatro de la Avenida Grau, donde servían una parihuela, que es una sopa de pescado y mariscos levanta muertos para poder cortar un poco la tranca que llevábamos. En calidad de bulto iba Lucho, Tito decía cosas sin sentido, lo cual no era ninguna sorpresa, y Mark estaba francamente feliz. Aparentemente, su autoestima había aumentado por encima de la boca reseca y casi cuarteada.

Llegamos al San Carlos, pedimos cinco parihuelas,  y cuatro cervezas. Aunque derrotados, seguíamos firmes en la “ley seca”. Trajeron las humeantes y olorosas sopas, de un color naranja oscuro amenazador, limón y rocoto picadito por separado para darle ese empujón adicional que pateaba el cerebro.

El gringo probó la parihuela, y le encanto. Le puso un poco de limón y rocoto, y se sentía tan criollo como si fuera de abajo el puente.

Todo iba bien hasta que en eso, escucho un grito espantoso y veo que Mark se tira un vaso de cerveza al ojo!

Tito, que no se daba cuenta de nada, exclama: Que mala puntería!
El gringo dio tres saltos por encima de mesas y parroquianos para llegar al baño.

Para aquellos que no conocen el San Carlos, que no es precisamente un Cinco estrellas, bastara decir que casi todos los comensales están borrachos o mas, y que el baño es un cuarto de 1 metro de ancho con una pared que llega un poco mas encima de la cintura.  Es decir cuando uno orina, puede observar a todo el mundo, y todo el mundo sabe lo que uno esta haciendo, pero decorosamente, la parte inferior del cuerpo esta tapada por la pared.

A la entrada esta el lavatorio mas pequeño del mundo, con un caño oxidado y la loza cuarteada, renegrida, con un fondo blanco sucio. Hacia ahí se dirigió Mark, y creo que era el único en todo el restaurant que no sabia que el caño no funcionaba hace mas de diez años por lo menos!

TifiTifi y yo sabíamos que el problema habia sido que se echo el rocoto picadito en la parihuela con la mano, y después inconscientemente se habia frotado el ojo. Sucede con frecuencia, en particular en personas que no comen picante regularmente.

Una vez mas, Mark decidió saltar sobre las mesas y sillas para llegar a la barra y pedir agua. El que ha estado en el San Carlos, sabe que hacer esto es como caminar sobre un campo minado. Aparentemente, gente que ha estado tomado unos tragos y consume pacíficamente una parihuelita, no entiende el dolor que puede causar un rocoto en el ojo y no les gusta que salten por encima de ellos o que un zapato gigante pise su sopita.

TifiTifi lo saco fuera y yo conseguí una botella de agua para lavarle el ojo, mientras Tito y Lucho seguían tomando su sopa tranquilamente. Hubieron hasta dos tipos que nos persiguieron como una cuadra, paro al final la sangre no llego al rio. Poco a poco se calmo y el dolor dio rienda suelta a las lágrimas.
Pasamos a recoger a Lucho y Tito, que ya habian terminado y seguían sentados en la mesa esperando que alguien pagara su cuenta.

Subimos todos nuevamente al auto y llegamos a la pension. El gringo habia terminado de llorar y con el llanto, habia tambien desaparecido cualquier demostración de afecto o aceptación de su parte. Ingrato!

Dos días después, se fueron, Sunny y el, sin despedirse ni nada.

Me pregunto que habra sido de su vida, casi cuarenta años después…

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