diciembre 08, 2012

Contabilidad Boliviana

Cuando entré a trabajar a IBM en Setiembre del 75, estaba absolutamente seguro que habían cometido un mágico error y por algunos meses esperé la malhadada llamada telefónica en la que escucharía la voz de alguien de Personal: ¿Fernando, puedes venir un ratito? Cuando pasaron los 3 meses de ley para tener estabilidad laboral lo primero que pensé con alivio fue: “¡Se olvidaron!” .

Y es que en esos años IBM era a mis ojos la mejor compañía del mundo. Creo que esta idea era compartida por casi todo el mundo, excepto sus competidores, claro está. Eventualmente pasaba por el local de 28 de Julio y Washington, las cortinas abiertas y una sala inmensa llena de máquinas, con luces y cintas magnéticas dando vueltas y pensaba que era una extensión de “Viaje a las Estrellas”. Solo me faltaba ver a alguien con orejas puntiagudas para transportarme por completo. Me quedaba mirando a través de la luna por un buen rato y veía a la gente caminar y mirar las luces, revisar listados impresos, conversar. Para mi todos eran genios.

Recuerdo haber ido a recoger algunos reportes para mi trabajo anterior y entrar al área de administración. Todos con terno y camisa blanca. En eso sale Kichi (legendario operador y gran amigo) de la Sala de Máquinas con el pelo largo y despeinado, chiquito, camisa color mostaza, y descachalandrado, como siempre andaba. Inmediatamente pensé: “este tipo tiene que ser recontra genio” 

Durante los primeros meses cometí todos los errores que se podían cometer. Me equivoqué cada día, varias veces al día, sin fallar uno. Y es que yo no sabía nada de sistemas. La persona a la que yo iba a reemplazar era una persona contratada que tenía que entrenarme. Yo tampoco le enseñaría nada a quien me está quitando el pan de la boca. Aunque terminamos como amigos, casi todo lo que aprendí fue lo que mi conserje Benigno me enseñó. Mi trabajo sonaba muy simple; solo tenía que preparar los lotes de tarjetas, las cintas magnéticas y los manuales necesarios para procesar todos los trabajos internos de sistemas de IBM.

Es decir, la planilla, contabilidad, stock, ventas, servicios, etc. Todo se procesaba en la noche, porque en el día, los dos computadores IBM 360-40, monstruos de la época, con 512K de memoria, estaban asignados a clientes. Recién a las 8 de la noche empezaban a procesar lo mío, y les tomaba hasta las 5 o 6 de la mañana. Un error y había que esperar un día mas para obtener resultados. Los usuarios me ametrallaban por teléfono y a veces solo quería meterme debajo de mi cama. Para mi defensa, añadiré que las cintas daban errores casi siempre, los manuales estaban desactualizados, los operadores se equivocaban, y las máquinas se colgaban tanto o más que una PC con Windows Vista.

Cuando era chico, le pregunté a mi padre si la familia tenía un escudo de armas, y me contestó: Sí, hijo – ¿Y cual es? – Es un burro en campo de pasto sobre dos garrotes cruzados, hijo. En esa época yo leía muchas novelas de caballería, y Carlomagno y Orlando eran algunos de mis ídolos principales, así que sabia algo de heráldica. Campos de gules, flores de lis, sable y plata y así. – Pero papá, eso no existe en la heráldica – Mi padre me dice: Mira, el escudo de los Salmerón es único en el mundo. Simboliza la tozudez y terquedad familiar. Después de conocer a muchos miembros de mi familia paterna, he concluido que mi padre era sabio y digno del escudo familiar, como yo y casi todos mis parientes paternos.

Después de un mes de ver que todos los días había algo que se retrasaba, me salió el burro del alma y decidí quedarme todos los días hasta que todos los procesos hubieran terminado. Aún así, siempre quedaban cosas para el fin de semana, que lo pasaba en la oficina. Recuerdo más de una vez haber entrado a trabajar el viernes en la mañana y salir el domingo en la madrugada para dormir unas horas, ducharme y volver a trabajar. Pero a tercos no nos gana nadie, así que tiré para adelante nomás.

Mantuve ese ritmo más de un año, y me di cuenta en primer lugar, que no era tan bruto como pensaba, en segundo lugar ser terco y trabajar como una mula funciona casi siempre y en tercer lugar, las mentes que encontré en IBM funcionaban en su mayoría de una manera diferente a la mía. Eran inteligencias mas claras, mas ordenadas, mas limpias y mucho mas enfocadas. Mi manera de pensar era mas desordenada, más difusa, bastante más salvaje y mas libre, pero en la mayoría de los casos, y a excepción de unas cuantas mentes absolutamente excepcionales, mi coeficiente intelectual era similar.

Me costó mucho adecuarme a ese estilo. Para tener una idea, cada vez que se iba a hacer un tipo de facturación específico, había que cambiar el número en la columna 72 de la tarjeta perforada. El problema es que la tarjeta tenía perforada desde la columna 1 la frase (textual): “*Se va ha introducir manualmente el numero de factura “. Sinceramente a mi los errores ortográficos me han mortificado mucho siempre. Por alguna razón, los detesto. No los acentos, sino las palabras mal escritas. Entonces corregí la tarjeta para evitar el grosero “ha” y le puse “a”. Increíblemente, el programa donde iba esta tarjeta canceló. Estaba esperando la “h”…

Al final, aprendí, me integré y progresé. Había siempre un orgullo íntimo de ser empleado de IBM. Como dice mi hermano, la camiseta no nos la poníamos, sino la tatuábamos. Hice extraordinarios amigos, que tengo la suerte de conservar hasta ahora, y lo pase en grande. Uno de los aspectos mas agradables de trabajar en IBM era el poder salir a comer a los mejores sitios cuando uno trabajaba hasta tarde. En mi caso todos los días. Pero nada se comparaba a la visita mensual de la gente de Contabilidad de IBM Bolivia.

Ellos venían una vez al mes por 3 o 4 días, para hacer el cierre contable en Lima, ya que no tenían un computador en La Paz. Cada noche salíamos a los mejores restaurantes y regábamos las comidas con extraordinarios Pisco Sours que eran su debilidad. Después de comer y beber abundantemente, regresábamos a la oficina, para corregir las inconsistencias y asegurarnos que el proceso terminara. Una vez terminado, volvíamos a salir, pero para celebrar. Cada mes venia uno, y todos eran muy simpáticos, pero el gerente de Contabilidad, Julito, merece una mención especial. Muy inteligente, con una capacidad pantagruélica para el alcohol, era la versión andina del criollo peruano. Siempre con la frase precisa, el puntillazo o la salida perfecta ante cualquier problema. Nos hicimos grandes amigos, y corrimos mil aventuras, tanto en Lima como en Bolivia.

Si esto era un relajo cada mes, el cierre de año era la locura. En vez de venir uno, venían dos, y se quedaban por más de una semana, pues hacían los ajustes correspondientes a la operación anual. El que solía venir con Julito era Huguito, un personaje sumamente correcto y compuestito, de pelos ondulado y engominado con goma tragacanto... Tenía solo dos debilidades que se complementaban: enamoraba a todas las mujeres y tomaba como beduino sin camello. Cuanto más tomaba, mas enamorador se volvía, y cuanto más miraba a una mujer más tomaba. Este circulo vicioso nos puso en peligro de muerte (sin joda) mas de una vez. Juan Carlos, mi compañero de varios años y gran amigo también, había sido promovido. Juan Carlos no era normal. Su habilidad con sistemas rayaba en la locura, y si estaba concentrado en algo, podía pasar 16 horas solo fumando y tomando café sin moverse de la silla ni para hacer pichi. Cuando yo le preguntaba como resolvía algo, siempre estaba llano a explicarlo.

Aprendí que cuando empezaba diciendo: “Es fácil…”, ya no había esperanzas. Estaba muy por encima de mi capacidad de comprensión. No tomaba ni una cerveza. Hasta que conoció a los bolivianos. Estos lo pusieron al día rapidito. La gente del Centro de Cómputo y Producción éramos en su mayoría jóvenes en la Universidad y muy brillantes, pero nos gustaba la buena vida como al que mas, y esperábamos a los bolivianos con ansias, pues ellos invitaban a todo el que podían a comer y beber. Para este fin de año en particular, yo tenia un nuevo compañero en Producción, Ricardo, de 19 o 20 años que estaba recién aprendiendo todos los detalles de este trabajo. Con el me une una extraordinaria y filial amistad hasta hoy. 

Le advertí que esa noche íbamos a trabajar de amanecida, pues Bolivia ya estaba en la corrida final de ajustes. Durante toda la semana, el había asistido a almuerzos y comidas abundantes y regadas copiosamente en estoico silencio. De que comía, comía, y de que tomaba, más, pero no decía nada. Los bolivianos terminaron sus ajustes y nosotros estábamos esperando para salir a comer.

Ellos habían traído a un paisano, periodista, que habían conocido en el avión y que se alojaba en el mismo hotel. Este señor era bajito, gordito y mientras estuvo en la Sala de Máquinas su cara reflejaba un auténtico asombro. Era evidente que el entorno iba más allá de su concepto de ciencia ficción. Era igualito al actor Nathan Lane, pero medio metro mas bajo.

Saliendo a comer, nos encontramos con Pipo, y otros operadores que ya no recuerdo. Juan Carlos y Ricardo también iban con nosotros. Por supuesto, fueron invitados a comer por Julito, y por supuesto, ellos aceptaron. Por supuesto también, Pipo ofreció su auto para ir. Pipo, otro personaje del Centro de Cómputo, era espléndido. Siempre quería pagar y nunca escatimaba en gastos. Enamorador, entrador, mechador, con carro y plata en el bolsillo, ¿Ya que mas?

Me hacia acordar a mi tío Max, que decía: “Tez sonrosada, nariz aguileña, pelo árabe, ojos verdes, hincha del Municipal… ¿Que mas quieres pues compadre?”. Debo añadir que mi tío Max era simpatiquísimo, pero feo, feo, feo… El único problema es que éramos 9 y Pipo tenía un VW escarabajo. Metimos a Nathan Lane en el huequito de atrás, Juan Carlos y Ricardo que eran flacos de solemnidad con 3 mas en el asiento de atrás, y Julito y yo por ser los mas voluminosos, adelante, con Pipo. Nos dirigimos al Carlín, restaurant que aparte de estupenda comida, preparaba un Pisco Sour extraordinario.

Cuando llegamos, Julito ordena de inmediato una Jarra de Pisco Sour y vasos grandes para todos. El Carlín siempre andaba lleno, así que preparar una mesa para 9 tomaría algún tiempo. Nos sentamos en unos sofás de la entrada a conversar y disfrutar del Pisco Sour. Cuando uno lo pasa bien, el tiempo es absolutamente relativo. Si lo mido en jarras de Pisco Sour, tomamos 4 y media antes de sentarnos en una mesa. Julito pidió la sexta antes de mirar el menú.

Todos estábamos picados, por no decir borrachos, pero en especial Nathan. Nos miraba a todos como quien mira a los Dioses del Olimpo, y solo atinaba a decirle a cada uno: “¡Eres grande!”. Hasta hoy no estoy seguro si se refería al tamaño, porque yo soy bajo, pero le llevaba casi una cabeza. A Pipo, cada vez que se toma unos tragos, le da por cantar rancheras. No tiene mala voz, pero el Carlín, restaurante pequeño, discreto y exclusivo, no es precisamente el mejor sitio para hacerlo. Sobre todo si el resto de guanacos que lo acompañan se pone a cantar con él. Después de “Sigo siendo el rey”, todos notamos que Ricardo, el silencioso, había cantado a todo pulmón. Y cuando digo todos, me refiero a todos en el restaurante.

Honestamente, solo una vez había escuchado a alguien mas desentonado, cuando en el colegio dos hermanos chinos cantaban en misa, pero creo que ellos lo hacían a propósito. En el caso de Ricardo, ponía alma, corazón y vida en destrozar la canción. Con la diplomacia que me caracteriza, inmediatamente exclamé: “¡Hay que cantar una que Ricardo no sepa!” Se dice fácil, pero se sabía todas las canciones. Afortunadamente, vino la comida y la séptima jarra de Pisco Sour y no se cantó más.

Mientras tanto, en una mesa un poco más allá, estaba sentada una mujer muy guapa con su pareja. Empezando por Huguito, luego Pipo y otros sapos, empezaron a hacerle brindis y sonrisitas. Yo le tengo terror a eso porque he visto como puede terminar más de una vez. Pero ella sonreía y bajaba los ojos. Para mi alivio, al poco rato se levantaron para irse, y al pasar al lado nuestro, Pipo le dice al acompañante, “Compadre, no te molestes, pero es que tu pareja es muy guapa”. El tipo voltea y dice: “Porque me voy a molestar, si es mi mamá”. Plop. Después de una jarra más y varias peticiones del maitre para bajar no solo el volumen, sino el tono de la conversación, nos preparamos para volver a trabajar. Esta vez con más dificultad, logramos entrar en el carro de Pipo. El bulto Nathan de cualquier manera, y los demás uno encima del otro.

Tomamos la Avenida Arequipa en medio de gritos y maldiciones de la chusma de atrás. Era una verdadera ensalada de pies y manos. Yo estaba sentado adelante, al medio, y muy cómodo, la verdad. Julito había sacado medio cuerpo por la ventana y enviaba mensajes sonoros de todo calibre a los peatones. En eso Pipo dice, “Hay un huevón que me quiere pasar” Pude ver por el espejo retrovisor que le hacia cambio de luces, y entre los gritos de la chusma, digo “No lo dejes pasar carajo”; Julito también reaccionó y empezó a hacerle pichulitas desde la ventana.

De repente, luces azules y rojas empiezan a parpadear. ¡Mierda, era un patrullero! Obviamente, nos cuadramos porque todos éramos ciudadanos de bien, deseosos de cumplir con la ley. 8 voces gritaban diferentes versiones de “Tranquilos, tranquilos, yo hablo con el tombo”. Solo Nathan miraba las luces de la calle a través de la ventana del VW, en silencio. Se bajan Pipo, Julito, y el resto trata de desatorarse de alguna manera para salir. Ante los ojos atónitos del policía, empieza a contar 1,2,…9 personas en el VW! A Nathan lo tuvieron que sacar y lo colocaron como quien pone un adorno, apoyado en el auto. Con él no era. Seguía sonriendo, mirando la luna. Los otros 8 tratamos de convencer amigablemente al policía. Personalmente, nunca he podido tratar a un borracho, a no ser que yo esté en las mismas condiciones. Son repetitivos, obcecados, y no entienden razones. Le ganamos al policía por cansancio, y dijo “OK, los voy a dejar ir, pero que maneje el que está sano”. ¡Y le dio las llaves a Nathan! 

Nathan mira al policía y le dice: “¡Eres grande!”. Le agradecimos mucho, entre todos colocamos a Nathan en el asiento del chofer, y empezamos a subir al auto. Pipo le agarra el brazo a Nathan y se lo levanta para que les haga adiós, ellos contestaron, y se fueron. Inmediatamente tiraron a Nathan a su hueco, nos acomodamos y llegamos a IBM. Apenas llegamos, Juan Carlos y otros operadores se fueron, porque ellos no tenían que trabajar. En realidad, solo Julito y yo teníamos que trabajar. Los bolivianos no se podían ir y Ricardo estaba ahí para aprender.

Mientras esperábamos que Julito corrigiera, Ricardo, sentado en una esquina, con voz muy seria, me dice: “Voy a pedir mi cambio, Salmerón”. - ¿Qué? – “Voy a pedir mi cambio”. Pensé que se había ofendido por el honesto comentario hecho a su espantosa voz, y le pregunto, “¿Por qué, qué pasa?” Me mira fijamente y me dice “No sé que día es hoy, no sé que hora es, no me acuerdo a que hora llegué a trabajar, ni a que hora llegué a mi casa ayer. Estoy borracho desde el lunes. (Era jueves) Yo no puedo seguir así. No aprendo nada y mas bien me estoy olvidando de lo que sé. Así no se puede trabajar”. Solo me quedó reírme y confiar que estuviera bromeando. Nunca lo supe, porque al siguiente día, no se acordaba de nada.

Los resultados contables de IBM Bolivia ese año fueron excepcionales…

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