diciembre 06, 2012

Incidente Diplomatico

En uno de los muchos viajes que hice por motivos de trabajo a Bolivia, país al que quiero mucho, hay un incidente que merece la pena recordarse. Pero más que recordar, es factible de contar, porque la censura dejara muchas aventuras con mis grandes amigos bolivianos en el silencio de los muertos.

La ciudad de La Paz, a una altura de unos 4,000 metros sobre el nivel del mar,
 es un reto difícil de superar ya que solo caminar cuesta trabajo. Si a eso le añadimos que no hay en la ciudad un tramo plano mayor a 500 metros, se entiende por que hay que tomar un taxi para subir dos cuadras. Bajar no es problema. Se pueden bajar cuatro cuadras seguidas sin sentir que uno va a terminar con un ventrículo en la mano. La parte positiva de este problema de altura, es que el aeropuerto esta aun mas arriba, como 500 metros más arriba. Y digo positiva porque aquel que sobrevive al aeropuerto sin un infarto fulminante, difícilmente morirá en La Paz. Es decir, si se siguen los consejos de tomar taxi hasta para cruzar la calle.

Incluso dormir era un problema, porque el peso de la sabana sobre el pecho y del pijama en el cuerpo, le impide a uno respirar bien por lo que hay que dormir prácticamente desnudo. La segunda vez que fui, justamente por dormir en pelo, me resfrié. Un resfrío en La Paz para un gordo, fumador y fanático de mirar el mar a la altura de sus rodillas, es peligroso.

Llamé a recepción del hotel y en menos de 1 minuto tenia un médico en la habitación. Me dio la impresión de que era empleado permanente del hotel. Inmediatamente y sin hablar me puso una inyección, me dejo unas pastillas y me dijo que llame a recepción en la noche para ponerle otra inyección. En minutos me sentí como nuevo y agradecidísimo al Doctor.

Tan es así, que cuando bajé, pedí hablar con el gerente (suelo hacer esto de vez en cuando) y le indiqué cuan impresionado y agradecido estaba por el excelente servicio, y en especial por el doctor que me había tratado. Entusiasmado como estaba, le dije que si quería, le podía enviar una carta formal de agradecimiento, a lo cual, el hombre, abrumado y feliz, me dijo “Si usted gusta…”

Nunca envié la carta. Flojera que le dicen. (También suelo hacer esto de vez en cuando)

El Doctor ya no se veía muy contento cuando esa noche, a las 3 de la mañana, llamé, ligeramente ebrio, para que me pusieran mi inyección…

Detalles al margen, la gente con la que trabajaba en Bolivia era fantástica. Aparte de trabajadores e inteligentes, como casi todas las personas estupendas que he conocido, era además ocurrente, ingeniosa, juerguera a morir y excelentes amigos. No recuerdo una sola vez que no lo haya pasado genial en Bolivia.

En esta ocasión, habíamos quedado con Julio, Germán y sus respectivas esposas, Nelly y Teresa, en salir juntos a una peña de música típica boliviana. Yo pensaba que la música típica boliviana era igual la de Cuzco y Puno, pero estaba muy equivocado. Tienen una gran variedad e incluso algún grupo se asemejaba más a los grupos folklóricos de Argentina. Al final todos tenemos identidades comunes.

Honestamente, yo no les tenía miedo a mis amigos bolivianos. Les tenia un poco de temor y de aprensión, porque una vez que empiezan, no son fáciles de detener. Y yo no soy precisamente de los que tratan de calmar los impulsos de los demas, en especial en temas como éste.

Sin embargo, el hecho de que salieran con sus esposas, le daba cierto aire de seriedad y formalidad al asunto. Además, era viernes, el domingo había elecciones municipales y la ley seca entraba en vigencia el sábado. O sea que a la medianoche, ya no se podía consumir, perdón, digo mal, comprar mas licor.

Prometía ser una noche agradable, novedosa y medianamente tranquila.

Llegamos como a las 9 de la noche, y empezamos a disfrutar del show tomando unos coctelitos de singani, un licor muy parecido al pisco. Un poco mas dulce, pero pasa bien.
Después pasamos a whiskey, mientras las señoras, Teresa y Nelly, tomaban un coctelito de esos con sombrillitas y limones colgados.

Como yo no tenia pareja, se anoto Gonzalito, que trabajaba en Contabilidad. Muy buena persona, un poco introvertido, y que tenia una característica muy especial. Cuanto más tomaba, mas bajito hablaba. Siempre al final de la noche, había que acercar la oreja a un par de centímetros de su boca porque mas que hablar, susurraba. Aunque aun joven, era evidente que había elegido ya la carrera de solteron consuetudinario. Sabiduría innata, me imagino.

El espectáculo estuvo estupendo, la compañía mejor, y el trago con mesura. Un poco antes de la medianoche, anuncian que el bar va a cerrar en unos minutos por la ley seca, y los parroquianos que quisieran, podían pedir una última ronda. Julio se levanto, y yo me imaginé que era para pedir una vuelta mas, y regresa con su cara de inocente y dos botellas de whiskey diciendo “El hielo no tiene alcohol, así que lo van traer después”.

Las señoras protestaron, Nelly se molesto con Julio se, pero era inútil. Ante lo hecho, pecho.

No quiero pecar de presumido, ni mucho menos, pero dos botellas de whiskey entre los 4 dipsomanos ahí sentados, no era como para decir ¡que barbaridad, van a terminar borrachos como unas uvas! No. Picados, si. Por tanto, no le di importancia, y procedí a tramitar el expediente, con el mismo entusiasmo de mis compañeros. Las señoras se sirvieron un whiskey cada una, y tuve la impresión que lo estaban pasando muy bien.

Después de todo, éramos graciosos, ocurrentes y rápidos en los juegos de palabras de doble sentido. ¡No cabe duda que fue una gran noche!

Nada mas salir, en el primer semáforo que encontramos, a escasos 50 metros de la peña, Germán se sigue de frente en la luz roja y nos chocamos con un auto que iba a regular velocidad. Esto ocurría en el centro de La Paz, a las 3 de la mañana, víspera de elecciones, con ley seca, y en la esquina de la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica.

Un detalle más: el conductor del otro auto era polaco, hablaba muy poco español, y no sabía ingles. Cuando digo polaco, me refiero no solo a la nacionalidad, sino a algunas características atribuibles a esa etnia: Colorado, unos 2 metros de altura, una quijada semi horizontal y terco como una mula. Puedo afirmar casi con absoluta certidumbre que el señor nunca fue el primero de su clase. A excepción de un diploma de asistencia perfecta, probablemente no obtuvo premio alguno. Ahora, con total seguridad, afirmo que nos quería matar a los cuatro. Lo peor es que no dudo que lo hubiera logrado, aunque Germán , que además era el mas belicoso en el lado nuestro, fuese mas alto y robusto que nosotros. Julio y yo, caballerosamente le cedimos el lugar frontal para hablar con el polaco. Nosotros estábamos detrás de el, “por si acaso”.

Mientras tanto, Gonzalo, que si estaba un poquito pasado de tragos, se logra separar del grupo y empieza a caminar decididamente. Julio le pregunta, “Gonzalo, a donde vas?” Gonzalito, muy serio, le dice “Voy al teléfono publico a llamar al presidente, Jaime Paz Zamora. El tiene que saber lo que nos ha pasado”. Afortunadamente, Julio logro convencerlo que lo llamara mas tarde.

En el ínterin, y antes que supiéramos que el polaco casi no hablaba nuestro idioma, nos vimos rodeados por 20 Rangers, policía especial, guardias normales, y todos armados. De esa manera hasta el polaco entendió.

Como es de suponer, era un pandemónium total. Lo menos que se hubiera imaginado la policía boliviana era un accidente en la esquina de la embajada americana en víspera de elecciones, y no estaban preparados para eso. Menos aun, para separar a dos individuos gritando a voz en cuello en idiomas diferentes. Creo que no se agarraban a golpes por la cantidad de armas que nos rodeaban.

Por mi parte yo solo pensaba en el titular del diario al día siguiente: “Maniobra de distracción de facción peruana de Sendero Luminoso frente a embajada americana es frustrada exitosamente por la policía”. Eran los tiempos mas activos de Sendero Luminoso en el Perú, y mi imaginación corría más rápido que Usain Bolt.

Felizmente llegó un capitán a poner orden. Germán, de inmediato empezó a hablar sin detenerse un instante. Tocó desde los problemas de semáforos malogrados hasta los peligros que implicaban estos inmigrantes extranjeros que ni siquiera aprendían el idioma. El capitán escuchó pacientemente y finalmente le dijo, vea señor, nosotros estamos acá para cuidar la embajada. Ya hemos llamado a la policía y estarán aquí en unos minutos. Pero la verdad, todos hemos visto como se pasó usted la luz roja.

Efectivamente, a los dos o tres minutos llegó la policía, los pusieron al tanto, y Germán volvió al ataque, esta vez con un sargento.

Mientras tanto, el polaco daba vueltas y en su mal castellano, maldecía a todos, lamentando su mala suerte, diciendo “¡Tu paja, carrajo!”. Me imagino la frustración de tener la razón y que nadie lo entienda a uno. Creo que quería que le paguen, pero no estoy tan seguro. De todas formas sonaba muy grosero.

Yo, mas tranquilo, porque la guardia de asalto había vuelto a cuidar la embajada, conversaba con Julio y las señoras de temas profundos y serios, como cuantos minutos mas pasarían hasta que la policía perdiera la paciencia y se llevaran a Germán preso. Sobre todo, cómo íbamos a hacer para ir a comer algo, porque todos teníamos hambre y Germán tenía las llaves del auto.

En eso, se acerca el sargento con Germán, ambos con cara de grandes amigos. El sargento explica que para que el incidente quede resuelto a satisfacción de todos, el sugería ir a la comisaría, tranquilizar al polaco que el seguro iba a pagar los daños y llenar el parte policial tal como sucedieron los hechos, con la diferencia que quien iba manejando no era Germán, sino su esposa Teresa, por el tema del dosaje etílico.

Ante tan salomónica propuesta, un categórico ¡perfecto! se escuchó casi al unísono. Me di cuenta que Teresa no había dicho nada. Me imaginé que era lo lógico. Después de todo, ella iba a tener que apañar la metida de pata de su marido.

Esta sabiduría autóctona, tan propia de nuestros pueblos, es impensable en países desarrollados como el que vivo. ¡Y al final, que fácil es tener contentos a todos!

Llegamos a la comisaría, nos despedimos del sargento muy cariñosamente, Germán le dio una propina para que se compre su desayunito para el y su compañero. ¡No, si esto era una propuesta ganadora por todos lados!

En cambio el otro día leí que en Arizona, dos mexicanos, felices porque les habían dado un permiso temporal de trabajo, se compraron unas cervecitas para celebrar, y las pusieron en la “troca” (barbarismo proveniente de truck, usado para nombrar a los camiones o camionetas). Iban manejando por Tucson, muy contentos ellos, y con el stereo a todo volumen, hasta que entraron a un vecindario cualquiera.

De pura casualidad un patrullero se cruzo con ellos y decidió detenerlos por la bulla que hacia el equipo. Al acercarse, vio que el asiento estaba lleno de botellas, y que evidentemente los dos mexicanos estaban bastante ebrios.

El policía hablaba español, los hizo bajar y les explico que iban a ir presos por perturbar la tranquilidad publica, por llevar licor en la parte de adelante de la troca, (solo se puede llevar en la maletera o en la parte de atrás) y que además estaban manejando ebrios. El mas vivo de los dos, le dice al otro: tú déjame a mí…

Exactamente como lo hubiera hecho en Piedras Gordas o Coahuila, decidió sobornar al patrullero. Este se indignó, entonces el le ofreció mas. Como resultado final, ambos terminaron al otro lado de la frontera con lo que llevaban puesto ese mismo día. Al final, todos terminaron perdiendo. Los mexicanos porque se quedaron sin trabajo, y el policía porque tenía una cabreada que le debe haber sacado úlceras…

En la comisaría nos hicieron esperar fuera, a excepción de Teresa, por el tema de seguridad. Parece que había material electoral aun por distribuir, no lo se, pero ya estaba amaneciendo y estábamos todos conversando animadamente, con el propósito de ir a Las Velas, que era el lugar donde van a curar la cruda en La Paz. Se come muy rico, la verdad.

En eso, sale un guardia y pregunta por Germán y lo hace pasar. Cinco minutos después, Germán regresa con cara preocupada y nos dice: ¡mi mujer ha dado positivo en el dosaje etílico y va a tener que pasar el día presa!

¡No podíamos creerlo! Prácticamente no había tomado nada pero así son las cosas. Nelly estaba demudada, y Julio no podía dejar de reírse de la cara de Germán. Gonzalo había sacado su libretita y seguía buscando el teléfono del presidente. Felizmente, Bolivia y Perú son muy similares en todo aquello que represente llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes.

Entraron ambos a la comisaría, y aparentemente, hicieron una propuesta al comisario que no podía ser rechazada. 10 minutos después, salíamos todos ya no con rumbo a “Las Velas”, sino a concluir la velada.

La mujer de Germán estaba con una cara no de pocos amigos, tenía cara de ni un solo amigo. Es comprensible, pero para eso está el consuelo del marido. Mientras ella manejaba el deteriorado auto, escucho decir “Eso me pasa por casarme con una borracha”.

Ignoro cuantos días paso Germán en la clínica y cuántos meses lo pusieron a dieta.

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