diciembre 07, 2012

Las Planchas calientes que no queman




A mí siempre me ha gustado el mes de Abril. No tanto como Febrero, que por algo es el mes más corto del año, pero Abril del 65 era diferente. Mi madre había muerto un año y medio atrás, y nuestros abuelos, que vinieron de España para criarnos, habían tirado la esponja después de más de un año de tremendo sacrificio y estaban regresando a España.

Los pobres viejos, él con 75 años y la abuela muy cerca a eso, simplemente no pudieron con mi hermano y conmigo. Sin darnos cuenta por supuesto, les habíamos hecho la vida imposible con travesuras y palomilladas propias de nuestra edad. Yo tenía trece años y mi hermano Eduardo, doce.

Ante esta disyuntiva, mi padre no tuvo más remedio que llevarnos a Trujillo. Él trabajaba en Chimbote y no había en esta ciudad colegios aparentes. Esta decisión fue tomada entre gallos y medianoche, cuando ya estábamos incluso matriculados en La Inmaculada, así que nos cayó no como un baldazo de agua fría, sino más bien como un bloque de concreto armado.

De un momento a otro, adiós al colegio, al barrio, a la familia, es decir a todo lo que nos era familiar. Era definitivamente un cambio mayor en mi vida, y en ese momento, muy infortunado para mí.

Nos enteramos que iríamos a un internado, y a un colegio de curas marianistas llamado “San José Obrero”. Mi padre por animarnos, nos decía, “ahí van a aprender inglés, estos curas son gringos”. Huelga decir que mi interés por aprender cualquier cosa era cercano a cero. Además, en la Inmaculada nos habían enseñado inglés. ¿Qué chucha iba a aprender? Mi padre nunca fue un buen vendedor, lamentablemente. Sin embargo, debo decir que nos quiso mucho, mucho y tratar con un par de bestias semi domesticadas no era fácil. Fue siempre un padre excelente.

En el viaje a Trujillo desde Chimbote, pensaba en todo lo que dejaba atrás y no podía imaginarme nada de mi nueva realidad. Absurdamente, la única imagen mental que podía visualizar era jugando fulbito y metiendo golazos de cabeza. En primer lugar, nunca aprendí a cabecear bien, y en segundo lugar casi toda mi vida yo he jugado de arquero. Pero así es el subconsciente.

Llegamos a Trujillo y era un día soleado en la tarde. Trujillo es una hermosa ciudad con un estilo muy personal y que a mí me gusta mucho. Me distraje mirando las casas desde el auto, hasta que llegamos a la urbanización California, donde quedaban el colegio y el internado, a unas 4 cuadras de aquel.

El internado era una casa familiar, y nos abrieron la puerta principal, la cual nunca más vi abierta, nos recibió la administradora llamada Esperanza, bajita, ligeramente opulenta y de ojos grandes y verdes. Yo tenía trece años y la pubertad había ingresado en mi vida violenta y repentinamente. No entraré en detalles, pero ignoro porqué, se me dio en el colegio una reputación de libidinoso y morboso. No podía dejar de mirarle las piernas, hasta que un codazo de mi padre me devolvió a la realidad.

En unos minutos bajó el cura a cargo del internado. Su nombre era Francis Hickey, y se comentaba que había sido capellán en la Segunda Guerra Mundial, y esto lo había afectado mucho. Era viejo, alrededor de los 70, y se le veía muy acabado. Un fuerte olor a colonia y un aroma ligeramente familiar, que en ese momento no pude distinguir.

Fue muy amable en su mal castellano, y nos dejó con Esperanza. Después me enteraría que le decían La Marmota. Una vez más, el ingenio nacional. Era una chapa precisa.

Otra de las personas que conocimos era un gringo llamado David, de unos veintidos años, de alguna parte del medio Oeste, probablemente Ohio o Missouri, que estaba de voluntario y que hablaba muy buen castellano. David fue devuelto de emergencia a su tierra de origen, pues cayó víctima de los encantos de alguna pantorrilluda trujillana.
David nos llevó a una habitación inmensa en el primer piso, y si no recuerdo mal, para veinte o veintidós internos en sendas camas camarotes. A nosotros nos tocó la del fondo y no hubo discusión sobre quien iba arriba o abajo. El mayor siempre iba arriba, así que me gané. Nos despedimos amargamente de mi padre y nos quedamos solos.

Conocimos algunos internos, pero mi mente solo estaba enfocada en el colegio y como sería mi clase, los profesores, y el colegio, al que teníamos que ir al día siguiente. Quien sabe lo que me llamó la atención fue que habían muchos hermanos. Estaban Jaime y Bamse que eran el agua y el aceite, dos gordos inmensos, Pompo e Ítalo, los Cacho de Lima, Tuco y Tico de Chimbote.

Y llegó el día. Lunes 5 de Abril de 1965. Nos pusimos el uniforme y cargamos un maletín de cuero negro que el viejo nos había regalado y que tenía nuestro nombre  monogramado en letras doradas. El único problema era su tamaño. No hubiera podido pasar el chequeo de equipaje de mano que se hace en las aerolíneas hoy en día.

Era un día hermoso. Comparado con Lima, Trujillo tiene un clima mucho más agradable. Soleado, no mucho calor, y el cielo con unas cuantas nubes blancas y algodonadas. Pude apreciar esto a pesar que por mi cabeza pasaban solamente pensamientos negativos. ¿Y si no aprendo inglés? ¿Y si alguno de los profesores me agarra bronca? ¿Me tendré que pelear por este cojudo de mi hermano que siempre se mete en problemas? ¿O me tendré que pelear porque alguien me provoca? ¿Y si los de mi clase no me aceptan? ¿Qué pasa si alguien me quiere agarrar de lorna? ¿O me joden porque vengo de Lima? ¿Peor aún, si se enteran que soy arequipeño?

Volviendo al primer día, apenas entré, reconocí al flaco Lucho, que había estudiado en la Inmaculada hacía algunos años. Nos miramos, pero no nos saludamos. Entrando ya al pasillo donde estaban las clases, otro pata de Lima, un año menor que yo. Esto de alguna manera, mejoró mi ánimo. Eduardo y yo nos colocamos al lado de una columna, a observar a la gente. Todos conversaban, gritaban y se contaban las aventuras del verano que había pasado. Las sorpresas de siempre al ver que unos habían crecido y otros no. Nosotros, quietos, esperando que empezaran las clases. Sonó el timbre y seguimos a los demás. Nos llevaron al patio y nos pusieron en formación, año por año.

Ahí pude ver a mis futuros compañeros de clase. Había de todo. Si no fuera por el uniforme, habría jurado que más de uno era profesor o padre de familia. No sólo en mi clase sino en cuarto y quinto también. Yo buscaba desesperadamente alguien más bajo que yo, pero fue inútil. ¡Seguía siendo el más bajo de mi clase, maldita sea! Había también algunos exponentes auténticos de nuestra egregia raza andina.

El hermano Robert, director del colegio, nos dio la bienvenida y nos mandó a nuestras clases, en fila de a dos. Camino a la clase, un muchacho cabezón y de ojos verdes, con voz muy gruesa me tocó el brazo y me dijo: ¿de dónde vienes? De Lima, le contesté y me preguntó mi nombre y mi apellido, a lo cual respondí. Me dijo

-  “Yo soy Miguel”  

y  entramos a la clase. No sé cómo, terminé sentado cerca a la puerta, como a cuatro carpetas de la primera fila. Inmediatamente pensé – Buen sitio. Acá puedo pasar desapercibido – El encargado de nuestra clase, el hermano Jorge Aliaga, “Pato”, criollazo, nos miraba a todos, con una sonrisa entre sarcástica y ladina. Tenía una caminada achorada y respondería al nivel social de “clase media apitucada por complejo”.

Cuando estaba haciendo su elegante introducción, irrumpio en la clase otro alumno nuevo. Creo que apenas asomó la cara, Armando le puso “Muerto” y debo admitir que la similitud era asombrosa. El Pato, que estaba indolentemente apoyado en el marco de la puerta, casi se choca con él.

El diálogo fue algo así como:

-            ¿Y tú, quién eres?
-            Soy Currucutich, padre.
-            ¿Padre? ¿Quién te ha dicho que yo soy padre, huevón? Paf, una cachetada.
-            Perdón, señor. Paf, otra cachetada. Tampoco soy señor. Yo soy, escúchame bien, el hermano Aliaga.
-            Perdón hermano. Paf, una cachetada más. ¿Y por qué llegas tarde? ¿No sabes que la entrada es a las 8:15?
-            Si, hermano, pero tuve que ir a dejar a mi hermanito al otro colegio.
-            Paf, otra más. ¿Qué colegio?
-            El Santa María, hermano, para los chiquitos, ya con lágrimas en los ojos.
-            Bueno, ya, ya, siéntate y no me vuelvas a llegar tarde, ya sabes.


Quedó así claramente establecido el poder físico del Pato, quien con absoluta impunidad, repartió cachetadas a diestra y siniestra en el colegio. No menciono nombres para proteger a los inocentes, una vez más. El suyo sí, porque de inocente, nada.

Al principio, todos estábamos encandilados  de ver un hermano que era un pendejo, que había pertenecido a los Gatos Pardos y había conocido a Elizabeth Taylor, vivía en casa con ascensor para los autos, y era un súper peleador. Antes de terminar el año, todos, sin excepción, sabíamos la clase de farsante que era, y el grave error que cometieron los marianistas.

Luego vino una clase con el hermano Henry. Algebra. El libro era gigantesco y estaba todititito en inglés. ¡Mierda!. Felizmente Henry hizo la clase en castellano y un poco de inglés. Pero vi que iba a tener problemas graves con esto. Después tuvimos una clase con el cura Jordan, “Papapa”. Cuando lo vi, pensé que era de porcelana. Pelo blanco, blanco, rosadito y facciones perfectas. Levantaba el labio superior derecho para hablar, y nos ensenaba Historia Universal. Una vez más, un libro que parecía tener mil páginas y en inglés. 

Me sentía abrumado, pero eso no fue nada; apenas entró, empezó a hablar en inglés; yo no entendía una palabra. Pasó como media hora, un silencio sepulcral, hasta que alguien levantó la mano. Después supe que le decían Chancho.

El cura le dijo

-            ¿Yes?

Y el Chancho le contestó, en perfecto español:

-            Padre, ¿puede hablar en castellano? No he entendido nada.

Jordan lo miró como quien ha visto un ornitorrinco y le dijo, ya en español

-            Pero a mí el hermano Robert me dijo que todos entienden inglés perfectamente. A ver, levanten la mano los que no me han entendido

Yo levanté la mano pensando que por lo menos no era el único, y ¡cual sería mi sorpresa al ver que prácticamente toda la clase levantó la mano!
Los hombros del cura físicamente bajaron como diez centímetros. Una expresión de abatimiento y desilusión se dibujó en su cara y murmuró unas frases ininteligibles, pero sospecho que estaba maldiciendo en francés a Robert y a todos los que le habían hecho venir del Santa María de Lima a este colegito donde nadie hablaba inglés.

Finalmente, empezó a dictar su clase en castellano, para alegría de todos nosotros.
Poco a poco empecé a conocer a todos los de la clase. Algunos no llegaron a fin de año. El Chancho, víctima del Pato, un pata moreno cuyo nombre no recuerdo, probablemente porque ya estaba en edad de procrear y mantener una o más familias, y Roberto. Parece que comer manzanas mientras uno se masturba no es del agrado de los profesores, y Roberto tenía ese ligero defecto, del cual fui testigo presencial.

Algunos se quedaron atrás, como el gordo Víctor y el Cholo, que Dios lo tenga en su gloria. Los nuevos éramos cuatro, Gastón, Mickey, el Muerto y yo. Cada uno dejó su huella en este grupo humano.

Este fue el inicio de tres años inolvidables de mi vida, en una edad en que casi todo está por aprender, tanto académicamente como en la vida.

Aquí conocí a los Beatles, gracias Tarugo y Chilalo. A César Vallejo, gracias Roger. A las películas de mayores de 21 no recomendables para señoritas, gracias Miguelito. A dibujar pichulas en las carpetas, gracias, Armando, Chicamero, y sobre todo Currucutich.

A crear comprimidos que abarcaban libros enteros, gracias Negrito. A copiar, gracias Richard. A huevear en auto, gracias Aldo y Richard. Cómo sacarle el máximo interés a una deuda, gracias Lucho. A mirarle las piernas a Vicky con soluciones creativas, gracias Micky. A jugar taco, gracias Chicamero. A joder a los profesores, gracias Armando, gracias Loco. A conseguir pareja de promoción, gracias Aldo.

¿Cómo olvidar al Chino? Todos los vicios y malos hábitos de los que honestamente, disfruté tanto en mi vida, gracias Chinito.

Podría escribir una novela entera con todas las pendejadas que hicimos en el colegio. Y probablemente lo haga, porque son tantas. Sanas la mayoría, pero graciosas y que sacaron de quicio a muchos curas y profesores. No en vano, en Cuarto de Media no nos movieron de clase, para poder evitarle a Robert  tener que caminar más, pues  la clase estaba al lado de la dirección.

Desde meterle la mano a un profesor, llenarle el saco de pollos a otro, sacar un cuy meado del cajón del escritorio, bombardear la clase a pedos o hacer que lo boten acusándolo de comunista. Ponerle bolitas de papel en la manga al cura, no una, sino cincuenta, o hacer una bola de papel con dos periódicos enteros y tirársela a alguien en la pizarra. Desfalcamos el Kiosco, de lo que me confieso culpable, junto a otros más, y
Robert  tiró la esponja con nosotros.

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El retiro fue un relajo en que no uno, ni dos, sino muchos, se pegaron una tremenda borrachera entre pecho y espalda. Al entrar al ómnibus para regresar a Trujillo, completamente puro y respirando olor a santidad, el Chino, con una expresión de auténtico dolor, me gritó: “Cuñadito, murió Jane Mansfield!”. Acababa de capturar el periódico del chofer. John le arrimó tal sopapo que lo descuadró, pero el Chino ya estaba curtido.

Esta clase de atorrantes, palomillas incorregibles, con una identidad de pendejada grupal, haría historia en el colegio. En tercero de media ganaron todo: básquet, futbol, fulbito, el concurso de las misiones, y cuanta vaina se hizo ese año. En quinto de media, creó el consejo estudiantil, dándoles a los estudiantes la oportunidad de poder discutir decisiones con los curas y profesores. Se publicó el primer periódico en el colegio, se hicieron contactos  con otros colegios católicos, y siguió campeonando en todo. La primera placa conmemorativa en agradecimiento al colegio fue puesta por esta clase. Dicho sea de paso, el título de este relato, es un nombre que fue sugerido como nombre del periódico por algún cretino de tercero que nunca he podido olvidar. Siempre me pregunté qué clase de cerebro tiene una ocurrencia como esa…

Hace 45 años que se terminó  el colegio, y salvo algunas excepciones, todos se mantienen en contacto, a través de fronteras, mares y kilómetros. Sin duda mucho más allá de la mayoría de promociones de cualquier colegio.

Pero lo excepcional no fue el colegio. Lo excepcional fue la unión monolítica de esta promoción, en las buenas y en las malas. Los años posteriores al colegio fueron mucho mejores gracias a estas semillas sembradas en solo 3 años.

Voy a adelantarme 45 años, a la época actual, para hacer una reflexión. A lo largo de la vida, uno conoce mucha gente. Algunas personas entran en la vida, otras salen. Los recuerdos usualmente conservan a las personas que son importantes, que de alguna manera tocan nuestra vida y dejan huella. A  mis sesenta años, he descubierto que hay conocidos, amigos, enemigos y familiares. Refiriéndome solamente a los amigos, hay unos pocos, muy pocos que uno puede considerar amigos para toda la vida. Estos son los amigos de los que uno no espera nada y ellos no esperan nada de uno, pero que al verlos nos hacen sentir que los años no han pasado, y que la familiaridad y el cariño permanecen intactos, que fue ayer la última vez que se hicieron una broma o se cochinearon mutuamente. Se comparte un lugar común donde no hay lugar para lo políticamente correcto y donde la franqueza y el afecto ocupan un lugar preferencial


-       ¿Quiénes me afeitaron la cabeza cuando ingresé a la Universidad Cayetano Heredia, dejándome llagas que tardaron más de un mes en cicatrizar? La Loca y Miguel.
-       ¿Quiénes estuvieron conmigo cuando murió mi padre? La Loca, Pocho y el Loco.
-       ¿Quiénes hicieron una reunión para ayudarme cuando yo estaba hecho mierda después de la muerte de mi viejo? Armando, Pocho, Oscar, el Negro, el Abuelo y varios más. La memoria me falla a estas alturas.
-       Cuando me quedé sin un lugar donde vivir, ¿quién me abrió la puerta de su casa donde permanecí casi 3 años como un miembro más de la familia? Armando y su extraordinaria familia, a la que quiero como a la mía propia.
-       ¿Quién me llevaba a deslizarnos en un VW destartalado en los campos brumosos de las Lomas de Lachay, arriesgando mi vida? El único, el Locazo.
-       ¿Quién me dio la oportunidad de empezar mi propia compañía, confiando ciegamente en mí, a pesar de mi dudosa reputación, y la pésima performance con el Kiosco del colegio? Aldo.
-       ¿Con quién terminé a medio metro del monumento central del Ovalo “El Monitor” en el Callao? Los chalacos de la clase deben saber dónde nos dirigíamos…  El Chino, pues.


Las casas de estos amigos siempre tuvieron las puertas abiertas para mí, y jamás me sentí rechazado en este grupo. Sé que algunos se preocuparon de mi posible sobrevivencia más allá de los 30 años. Con la ayuda de ellos y la gracia de Dios, soy un sexagenario feliz y con una nieta hermosísima.

Tengo, indudablemente, otros amigos de toda la vida. Pero son pocos. 
Soy un hombre afortunado. Conozco gente que pasa por la vida sin tener un solo amigo como los que yo tengo. Me gustaría decir que conozco pocos así, pero no, son muchos. La mayoría de seres humanos tiene uno, dos o tres amigos de estos. ¿Quién puede decir que tiene más de diez? Yo. ¿Y más de veinte? También yo.

Este relato es para agradecerles a estos gallardos compañeros míos, aventureros natos, por hacerme uno más, por la oportunidad extraordinaria de haber compartido parte de sus vidas.

Se quedaron 2 nombres entre otros muchos sin mencionar. Pero uno de ellos, el más bueno de todos nosotros, Eduardo, se fue antes, y de un momento a otro. Incólume al malevaje reinante, siempre fue el mismo. Nunca una palabra dura, un insulto.
Y finalmente, Oscar, el presidente vitalicio, quien nos enseñó lo que significa la unión más allá de las palabras. Siempre comprometió la acción, y fue quien mantuvo durante todos estos años, esa unidad que pocos grupos humanos tienen.


Mis respetos, y gracias a todos

1 comentario:

  1. Este es un relato muy personal y quizá el único que tengo que hace referencia directa a personajes reales.

    Es un honor ser ex-alumno de este colegio marianista, que a pesar de las criticas en el relato a un personaje, me dio una estupenda formación espiritual y moral. Aquí un link al colegio de mis amores:

    Colegio San José Obrero: http://www.sanjoseobrero.edu.pe/websjom/index.php

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