diciembre 25, 2012

Una Navidad "De Verdad"



¡Primero de Diciembre! ¡Llegó el día esperado!  Pepito había dormido escasamente esa noche. A sus 7 años de edad, esta era la fecha que venía esperando desde que aprendió a leer y escribir unos meses atrás.

Finalmente podría escribir su “Carta a Papa Noel”. En Navidades anteriores su mamá las había escrito por él, con lo cual había que pasar una censura muy estricta, y al parecer, su mamá no escribía muy bien, porque muchas de las cosas que había pedido a Papa Noel, nunca le llegaron o habían sido reemplazadas por otras que él no había pedido, y que francamente no le gustaban. 

Además, su mamá siempre trataba de convencerlo de pedir otros juguetes. Como por ejemplo cuando pidió un auto de carrera que había visto en la tele, un “Dinky Toy”, como el que tenían todos sus amigos, y le llegó una ambulancia blanca, chiquitita, que era muy bonita, pero, ¿Cómo se podía hacer carreras con una ambulancia? Él sabía que las ambulancias siempre iban muy rápido por lo de los enfermos y todo, ¡Pero jamás participaban en una carrera!

-        Pero mamá, ¿Acaso has visto alguna vez una ambulancia en una carrera de carros? ¿Qué van a decir mis amigos?
-        Ay, Pepito, a mí me parece muy linda. Y siempre que tu papá ve una carrera, yo veo que hay una ambulancia.
-        Mamá, es para los accidentes, pero nunca corre con los otros carros.
-        No te preocupes, le va a gustar a todos tus amigos.

Pero Pepito se preocupaba y terminaba camuflando la camioneta con acuarelas, y hojas, para decir que era un “vehículo de guerra”. Lo mismo pasó cuando pidió una escopeta de verdad y Papa Noel le trajo una escopeta de latón que disparaba un corchito amarrado al gatillo para que no se perdiera.

Así que ahora que ya sabía escribir, pensaba él solito hacer su lista y que nadie le hiciera de intermediario. Pero como su escritura no era del todo perfecta y podía haber algunas faltas de ortografía, pensó en Mario, su vecino, que era como cuatro años mayor que él, y que sin censurarle ni escribirle la carta, con gusto lo ayudaría a corregir cualquier error.

Pepito tenía todo planeado. Le tomaría 3 días escribir la carta, 1 día corregirla con Mario, 1 día para ponerla en un sobre y esperar al cartero, que pasaba todos los días por la casa.

Aunque casi nadie lo conocía, Pepito desde hace un tiempo había entablado amistad con él sin que nadie se percatara de ello. Le preguntaba dónde iban las cartas, quien recibía más en el barrio, y como se hacía para mandar una carta. Aprendió lo de las estampillas y todo.

Una tarde de Noviembre, se atrevió a preguntarle al cartero cuánto costaría mandar una carta al Polo Norte, a Papa Noel específicamente. El cartero sonriendo le dijo que las cartas a Papa Noel eran gratis y no necesitaban estampillas. Entonces Pepito le preguntó si se la podía dar cuando estuviera escrita, y el cartero le dijo “¡Por supuesto! Yo mismo me encargaré de ponerla en el primer embarque al Polo Norte.”

Pepito sonrió maquiavélicamente. Estaba todo coordinado. Ahora sí Papa Noel recibiría información original, y no a través de terceros. No habría tergiversaciones ni erróneas interpretaciones.

Así que ese día se levantó, era Sábado y todos dormían hasta tarde, especialmente sus hermanas. Tenía cuatro y no lo dejaban tranquilo jamás. Lo acusaban a su mamá todo el tiempo y lo que más le molestaba era cuando hacía pila y tenía que levantar la tapa de asiento del wáter. Siempre se olvidaba de volverla a su lugar, y 2 o 3 veces al día, alguna de sus hermanas gritaba y le decía a su mamá.

Él se dio cuenta que a su papá nunca le gritaban y siempre que podía, iba al baño de su papá, donde podía orinar a sus anchas. Además hablaban todo el tiempo de tonterías, lloraban de cualquier cosa y nunca le daban importancia a los problemas que él tenía. Sobre todo, Mónica la mayor, le hacía la vida imposible. Tenía un extraño presentimiento que esto lo perseguiría toda su vida.

Había conseguido en el colegio papel de doble raya, donde le era más fácil escribir, se sentó en su mesita, y empezó la carta. Después de considerarlo por un rato, decidió que lo mejor era ir directo al grano. Su mamá le hacía recordar todas las cosas buenas que había hecho y cuándo se había portado mal, y lo escribía en la carta, para embarazo y molestia de Pepito.

Pensó que era mejor decirle que se había portado bien “en general”, no entrar en detalles y que había sacado muy buenas notas. Esto último era muy bueno, pues Papa Noel podía ir a preguntar al colegio y de seguro le darían buenas referencias, sobre todo si estaba la Miss Carmela, que lo quería mucho. Mas bien la Miss Magali de inglés, no iba a hablar muy bien de él, pero las notas estaban ahí y no mentían.

De inmediato procedió con la parte que se tenía aprendida prácticamente de memoria:

“Para esta Navidad, quiero que me traigas…”

Pepito había pensado mucho en sus regalos y como evitar que le trajeran un regalo que no se ajustaba a sus requerimientos.

Era muy organizado para su edad, Estaba pensando de qué manera podía pedir un regalo que no pudiera ser malinterpretado. Como la escopeta de latón en vez de la de verdad, y que su papá le dijo. “Pero hijo, es de verdad. No dispara balas, pero dispara”. Algo de razón había en eso.

Finalmente creyó haber dado con la solución y empezó a escribir su carta. ¡En 3 días, y tras innumerables intentos, la tenía lista!

Había dado con la solución algunos días atrás. No tenía pierde. No había manera que lo que pidiera fuera cambiado, y continuó con la carta:

“…un perro de verdad, un gato de verdad, un elefante de verdad, una jirafa de verdad, una ballena de verdad, un león de verdad, un tigre de verdad…”

La lista era larga. Cuando terminó la carta. Pepito había pedido 26 animales de verdad. Esto no podía fallar. Animales de verdad, son animales vivos, así que Papa Noel no se puede equivocar en eso.
Terminó la carta antes de lo esperado. El domingo fue a ver a Mario, que ya sabía que tenía que corregir solo ortografía y algunos errores gramaticales, pues Pepito le había advertido cual era el alcance de su trabajo.

Mario, entre sonrisas, corrigió la carta y le dijo,

-        ¿Pepito, no crees que tantos animales son muchos? Papa Noel no trae tantos regalos a nadie.
-        Bueno, ya he pensado en eso. Con que me traiga unos diez, voy a estar contento.
-        Pero incluso diez es mucho.
-        Mario, tú no entiendes. Cuando mi mamá escribía la carta por mí, terminábamos pidiendo 4 o 5 regalos. Y Papa Noel me traía siempre 2 o 3. Por eso ahora, le pido más.
-        No creo que funcione así, pero es tu carta, Pepito.

Una vez de regreso a su cuarto y previamente bloqueado para evitar el ingreso de las hermanas, procedió a meter la carta en el sobre, ponerle cinta “Scotch” para que no se pudiera abrir así nomás, y mirando una carta de ejemplo, puso su nombre y dirección como remitente en la parte de atrás, y al centro del sobre, muy formal:

Sr. Papa Noel
Polo Norte
Planeta Tierra
Presente

Esperó pacientemente hasta que el Viernes llegó el cartero y corriendo fue a su encuentro: “Alejandro, Alejandro, acá esta la carta para Papa Noel”. Alejandro, algo cansado por el volumen de correspondencia navideña, y molesto porque los vecinos no le habían dado muchas propinas como se estila en Navidad, recibió la carta de mala gana, y le dijo, “OK, yo la enviaré” y siguió su pesada jornada.

Al final del día, fue con la carta a su casa, y la dejó en un estante en la cocina. La carta permaneció allí durante muchos días, hasta que el 24 de Diciembre, que Alejandro no trabajaba, se percató que tenía la carta de Pepito. Su intención había sido dársela a los padres de Pepito para que supieran lo que él quería.

Alejandro era un personaje solitario. Nunca se casó y tuvo muy cortos romances con dos o tres mujeres que no prosperaron. Hijo único, estaba lleno de manías propias de un solterón y se aproximaba ya a los 60 años. Era muy tímido, casi no tenía amigos, pero era muy buena persona. Siempre que podía, ayudaba a alguien en apuros, y prefería siempre permanecer anónimo.

No había vuelto a ver a Pepito desde el día que le entregó la carta. Se preguntó cómo se sentiría cuando viera que ningún regalo de la carta llegaría esa noche. Era ya muy tarde para hablar con los padres. No tendrían tiempo para comprarle nada y seguramente le harían pasar un mal rato por ilusionar vanamente a un niño en un día tan especial.
Sintió que el corazón se encogía y decidió abrir la carta. Recordó también que hace algunos años, en una de esas fiestas de la oficina, lo hicieron vestirse de Papa Noel, por ser gordo. Se rehusó de todas las maneras posibles, pero al final no le quedó más remedio que ponerse el traje y pasarse la reunión cargando a los hijos de los empleados y dándole un regalo a cada uno. No fue tan malo después de todo. A él siempre le gustaron los niños. Era mucho más simple y fácil hablar con ellos…

Por su mente cruzó una idea muy aventurada para su carácter, pero sentía que no tenía más remedio que hacer lo que pensaba, hasta que leyó la carta de Pepito.

Al ver que quería 26 animales vivos, solo se le ocurrió mandarlo a vivir al zoológico, pero después lo pensó mejor.

Eran casi las diez de la noche, y todos los negocios estaban cerrando. A toda prisa sacó el naftalinado traje de Papa Noel, se lo puso, se tuvo que afeitar el frondoso bigote, y se pegó la barba y el bigote blancos y se puso la peluca, blanca también. Al mirarse al espejo, difícilmente se reconoció, y pensó que había hecho un buen trabajo.

Con sólo la carta y la billetera, se dirigió a una tienda de mascotas que había en la vecindad lo más rápido que pudo. Encontró al dueño cerrando la tienda, y le explicó lo que quería hacer. El dueño lo hizo pasar y Alejandro casi de inmediato vio lo que buscaba, Era una bolita dorada brillante, con 2 ojos negros como boliches y una mirada casi humana. Entraba tranquilamente en una mano.

El precio del perrito era prácticamente un mes de sueldo de Alejandro, pero no dudó un instante y lo compró. Al salir el dueño le dijo “Vea, este es un Golden Retriever, hijo de campeones. Acá tengo todos los papeles, y puede pasar a recogerlos otro día si gusta”.

El cartero sonrió silenciosamente y pensó para sus adentros que esos papeles nunca serían necesarios. Se lo entregaron en una cajita de regalo, con agujeros para que pudiera respirar.

Alejandro no tenía auto, y ya no había transporte público a esa hora. Calculó que le iba a tomar como hora y media o dos llegar hasta la casa de Pepito. Empezó a caminar a toda prisa. La noche era una de las típicas noches limeñas de Diciembre, húmeda y calurosa.


Mientras tanto, en la casa de Pepito, Pepe y Lucía estaban muy preocupados. Sus cuatro hijas le habían entregado sus cartas a Papa Noel, pero no hubo manera que Pepito les entregara algo. A las preguntas sobre la carta, Pepito contestaba “No quiero que se molesten por eso. Yo ya arreglé el asunto”. Con sus siete años, Pepito sorprendía a veces con sus repuestas y su tozudez. Más que tozudo, era obstinado y perseverante. Una vez que decidía algo, era muy difícil hacerlo cambiar de opinión.

Su papá le decía,

-        Mira hijo, si no me das la carta, no voy a poder enviarla, y Papa Noel no va a saber que traerte. ¡Te advierto que te vas a quedar sin regalo!
-        Papá, él ya sabe lo que quiero. No necesito enviarle otra carta.

Pepe y Lucía pensaron que él había escrito una carta y la había puesto en el buzón, así que Lucía volvía con el tema.

-        ¡Mira que las cartas se pierden y si no le has puesto estampillas, te la van a devolver y va a ser muy tarde para mandarla de nuevo!

Pepito tenía respuestas para todo.

-        ¿Mamá, acaso no sabes que las cartas a Papa Noel no necesitan estampillas? ¡Eso lo sabe todo el mundo!

Lucía se angustiaba mucho. Su engreído, el hombrecito de la casa, independiente y coherente, a veces resultaba mucho para ella, que era todo sensibilidad y amor.

Pepe, mucho más práctico, trataba de sonsacarle que carrito quería, pelotas, armas, rompecabezas, innumerables juguetes pero Pepito no soltó prenda. No sabía que Pepito tenía el temor que se comunicaran con Papa Noel para cambiarle alguno de los animales que había pedido, o algo así.  

Al final, Pepe perdió la paciencia y le dijo a Lucía

-        Este chico es terco como una mula. Es peor que tu papá, y de ahí le debe venir. Por mi parte, que se joda, le voy a comprar un par de carritos, un balde para la playa y una pelota de fútbol. Si le gusta bien, si no, ya aprenderá para la próxima. Le vamos a tener que decir que la carta se perdió por no dárnosla
-        Ay, Pepe, pobrecito. Me rompe el alma, pero este chico es tan especial. A veces me hace sentir tan orgullosa y otras me hace perder la paciencia
-        Tienes razón, pero es un buen chico, y muy maduro para su edad. Vamos a ver como capeamos el temporal

Finalmente dieron las 12 y tras el saludo de Navidad, los niños se apresuraron a ir al árbol a abrir sus regalos. Pepito estaba de pie frente al árbol, y no veía ninguno de sus animales. Abrió sin entusiasmo sus regalos, que no eran en absoluto lo que había pedido. Se dijo a sí mismo “Entonces lo que dice el gordo Mantilla es cierto, Papa Noel no existe, los regalos los compran los papás”. 

Estaba experimentando la primera gran desilusión de su vida y sentía un profundo dolor. Todo este esfuerzo por nada…

Alejandro seguía caminando a toda prisa y como veinte minutos después de la medianoche, llegó a la casa de Pepito. Tuvo que descansar unos minutos para secarse el sudor, recuperar el aliento y recomponer el disfraz. Agotado, tocó la puerta de la casa de Pepito. Lucía abrió la puerta y cuando escuchó al hombre vestido de Papa Noel decirle

-        Buenas noches Señora, ¿Está Pepito por favor?  

No supo qué decir y sólo atinó a señalarlo con la mano. 

Pepito levantó la cabeza y su corazón se detuvo. ¡Ahí estaba Papa Noel en carne y hueso y con una caja en los brazos! Cuando lo llamó, no sabía si estaba flotando o sus pies realmente se movían.

Al llegar frente a él, Papa Noel le dijo

-        Pepito, lamento llegar tarde, pero es una noche de mucho trabajo para mí, y quería venir personalmente para explicarte qué es una carta a Papa Noel. Una carta a Papa Noel no es una lista de todas las cosas que quieres tener. Debería ser una sola cosa, y esa cosa es lo que más deseas. Yo no puedo llevar juguetes a muchos niños porque no me da el tiempo ni las cosas que tengo para dar. Tú eres afortunado y por eso te he traído una cosa de las 26 que pusiste en tu lista. Pero quiero que para el próximo año pienses bien en lo que vas a pedir.

Y le entregó la caja. Pepito abrió la caja, miró al cachorrito y le gritó ¡Pascual! mientras el cachorrito saltaba a lamerle la cara. A partir de ese momento, Pascual y Pepito se conectaron de tal manera, que ambos sabían que estarían juntos toda la vida.

Pepe y Lucía no salían de su asombro, y cuando Papa Noel se despidió de Pepito y las niñas, que tampoco habían atinado a nada, llegó a la puerta y Pepe le preguntó de qué se trataba todo esto. Alejandro le dijo

-        Ustedes no me conocen, pero encontré esta carta en la calle, y pensé en el niño que no recibiría nada esta Navidad. Decidí por lo menos ayudar a uno, ya que no puedo ayudar a todos los que no recibirán nada. ¡Buenas Noches y Feliz Navidad!

Evidentemente nunca lo reconocieron. Solo Pascual, que sabía la verdad, movía la cola con un entusiasmo indescriptible cada vez que lo veía, saltaba y le ponía las patas en el pecho, pues terminó siendo muy grande.

Una pareja que pasaba por allí un día, comentó “Y después dicen que los perros odian a los carteros”

Al año siguiente, Pepito escribió una nueva carta. Esta sí llegó a manos de sus padres. Cuando la abrieron, solo decía:

“Querido Papa Noel, este año me he portado muy bien y he sacado muy buenas notas. Para Navidad, quiero que mi regalo se lo des a otro niño que no recibió nada el año pasado”

A Pepe y Lucía se les salieron las lágrimas y a partir de ese año, para Navidad, organizan entregas de regalos a niños pobres de la zona.

Nadie supo nunca lo que hizo Alejandro…

Pepito se graduó de veterinario y hasta ahora está seguro que de alguna misteriosa manera, Papa Noel sí existe.

Y ésta sí es una Navidad “De Verdad”

diciembre 22, 2012

A Buen Entendedor...



Cuando yo era joven y el mundo entero era mío, tuve la oportunidad de viajar a Europa. Yo tenía 18 años y mis sueños eran tan grandes como mis locuras. Como me sentía especial, inventé un método para conocer una ciudad desde un punto de vista más original que un Tour y bastante disparatado. 
Apenas llegaba al hotel, arrancaba los mapas de la sección de páginas amarillas de la guía telefónica y salía a caminar sin rumbo fijo por la ciudad. Así conocí un marinero ruso en Lisboa que me quiso vender un reloj como por 3 horas, un mendigo en Barcelona que pensó que me iba a suicidar porque estaba caminado por un puente y terminamos tomando un par de cervezas conversando de su fracasado viaje a Buenos Aires para hacer “La América”, un granadino aburridísimo que tocaba la guitarra como Segovia y que bebía como Baco, unos sevillanos que terminaron llevándome al hospital por intoxicación alcohólica, y otros personajes sumamente interesantes.

Pero la mayoría del tiempo, simplemente caminaba y disfrutaba ávidamente de todas las cosas nuevas y diferentes que veía. Las casas de azulejos y los pavos reales en los parques de Lisboa, los bares y restaurantes de Málaga con sus tapas increíbles, el Alcázar de Sevilla a las 6 de la mañana con una fragancia de azahares que arrancó lágrimas de mis ojos, las discotecas gigantescas de Torremolinos, en fin, muchas, muchas cosas que me hicieron dudar seriamente sobre si el mundo era realmente mío, o ajeno como diría Ciro Alegría.

En las caminatas, solía llevar siempre un libro. Me sentaba a leer para descansar en uno que otro parque, pero la mayoría de veces entraba a cualquier bar, pedía un Cuba Libre de Ginebra, como mi primo Paco me había acostumbrado, y que no es otra cosa que Gin con Coca-Cola. Me tomaba un par o tres leyendo tranquilamente, y luego proseguía con la caminata.

Un día, en Madrid, entré a un bar, que estaba prácticamente vacío. Un ambiente agradable, muy tranquilo, silencioso, antiguo, y con olor a los años 30 o 40. Mucha madera oscura, mesas y paredes llenas de grabados, incluso en la barra, donde me senté. Viene el camarero y me pregunta muy cortésmente ¿Qué le sirvo, señor? Pedí el Cuba Libre de ley, y me puse a leer.

En esa época, estaba obsesionado con Ray Bradbury y no me sorprendería que la novela fuera “El Hombre Ilustrado”. Al rato, y entusiasmado con la lectura, pedí otro Cuba Libre, y después otro más. Con esa cantidad de gin en el cuerpo, la sensación de euforia es estupenda. Una de las cosas que tiene el gin es crear ese estado de semi ilusión que se paga tan caro al día siguiente. Después de todo, no en vano era el licor que les daban a los soldados ingleses momentos antes de entrar en batalla.
El libro estaba extraordinario, y veía a los personajes más vivos, más reales. Sin duda, muy buen momento, muy buen momento.

Notaba sin embargo, algo raro en el bar. Tenía una sensación indefinida de que algo no estaba apropiadamente encajado en esta escena. La cantidad de parroquianos había aumentado considerablemente, y con ello, el ruido en el bar.

Eché una nueva mirada alrededor y todo parecía absolutamente normal. Los camareros y el barman trabajando diligentemente, la parrilla siseaba con anchoas y gambas a la plancha, la cerveza y el vino viajaban a sus destinos con prisa y todo el mundo parecía disfrutar del ambiente. Pero algo no estaba bien. Evidentemente había algo raro. Algo estaba mal. Definitivamente mal.

Consideré que la combinación de leer Ciencia Ficción al mismo tiempo que tomar Gin, fantástica al principio, tenía una mala resaca.

La Ciencia Ficción que escribe Ray Bradbury especula mucho con el impacto social de cambios en la realidad. No cuestiona ni se excita con la llegada de los marcianos, por ejemplo. Cuestiona cuáles serían las consecuencias sociales de la convivencia entre terrícolas y marcianos y las implicancias de leyes y culturas diferentes tratando de convivir en esa nueva realidad. Como un matrimonio mixto, o los diferentes conceptos sobre propiedad privada. Es interesantísimo, y le hace a uno pensar un poco.

Yo soy una persona cuya reacción inicial a casi todo es el temor. Soy un maestro del “Y si…”, del “Y ahora…” o del “¿Qué hago?”.  He aprendido a controlarlo con los años un poco, pero cuando el mundo era todo mío, salían inmediatamente, con muchísima naturalidad. Después de todo, eran amenazas a la propiedad de mi mundo. Una vez que paso esa etapa, me encanta pasarlo bien con la situación.

No cabía duda, algo andaba mal, y cada segundo, esta sobrecogedora sensación iba en aumento. Me pregunté si alguien se percataría  lo alterado que estaba, pero lo más notable era que nadie parecía darse cuenta de mi presencia. Como si fuera un testigo invisible de algo terrible que iba a ocurrir. Por cierto, no era el 21 de Diciembre, y de los mayas en esos años se sabía muy poco, especialmente en España.

Repentinamente, y como una erupción volcánica que nace muy de adentro, supe con certeza total lo que estaba pasando. Es difícil explicar la sensación. Quizás este pequeño ejemplo pueda ayudar. Uno de mis primero trabajos fue realizar unos estudios de transporte para el Ministerio de Transportes en ciudades del Perú, Trujillo entre ellas.

El equipo era de seis ingenieros recién egresados y yo, que aunque no lo era, hacía exactamente el mismo trabajo.  Increíblemente, aun conservamos una estupenda amistad. A cada ciudad íbamos y buscábamos un local público adecuado para instalarnos y usarlo como centro de operaciones. En este caso, logramos que las nuevas oficinas de la PIP, siglas para la Policía de Investigaciones del Perú, aun no terminadas, pero operativas, nos fueran cedidas por el mes que duraba el proyecto.

Tenía un letrero gigantesco anunciando la obra como “Nuevo Local de la PIP”, y en Trujillo, todo el mundo sabía de la obra.

Una tarde soleada y hermosa, como las que suele hacer en Trujillo con frecuencia, salía yo de una tienda muy cercana a la que había ido a comprar cigarros, y tropecé con un amigo del colegio de mi hermano. El habría terminado el colegio unos tres años atrás, y yo no lo veía desde entonces, pero éramos bastante amigos. Iba muchas veces a mi casa, y mi hermano mantenía un romance platónico, silencioso y unilateral con su hermana, muy bella, por cierto.

“¿Carlitos, cómo estás? ¿Qué ha sido de tu vida? ¡Que gusto verte!“ Carlitos se veía un poco diferente y con ojo experto (demasiado, diría yo) me di cuenta que había consumido algunos modificadores de conducta, probablemente marihuana, muy popular en nuestra generación.  Me mira y me dice con voz muy baja y tono de cómplice “Me he fumado un par de tronchitos de colombiana, y me he bajado un frasco de Codilusa. ¡Estoy pegadazo al techo, cuñau!” Codilusa era un jarabe para la tos que era prácticamente Codeína pura, buenazo.

Me miraba con esa cara entre divertida, amigable e inofensiva que le da a uno la marihuana y me dice “Y tú, ¿Qué haces por acá?”. La verdad, yo pensé inmediatamente en jugarle una inocente broma, y señalándole el cartel de la obra de la PIP, le dije “Yo, nada, estoy trabajando allá”

Un sonido gutural, largo y desagradable, salió de alguna parte de su cuerpo, y su cara se crispó hasta convertirse en una especie de caricatura que sabe que va a ser pisado por un elefante o un mamut.

En situaciones así, todos los estereotipos que uno tiene en la cabeza se hacen añicos, y uno empieza a recordar detalles que confirman aún más la realidad que uno experimenta. Algo así como pasar de “Fernando era normal, ¿cómo terminó en la PIP?” y “Recuerdo que él leía muchos libros, entonces seguro por eso ha decidido ser detective”, y luego “Sí pues, en realidad el normal en su casa era su hermano”, seguido de “Ya me acordé cuando el cholo Rodríguez se robó el óbolo de la capilla, y Fernando fue quien lo ampayó”, para “Claro, ahora todo tiene sentido, ¿cómo no me di cuenta antes? ¡Mierda, estoy jodido! Ahora voy a ir preso, ¿Qué van a decir mi mamá, mi papá, mis amigos, la familia?”,  “Mi abuelita, esto la mata, ¡seguro!” y finalmente “¡Esto es una desgracia total! ¿Por qué a mí, Dios mío?”.  

Prefiero no seguir, porque ese camino no tiene fin. El pobre estaba en un estado de pánico tal que no atinaba al siguiente paso, que yo siempre doy; A ver: ¿Cómo puedo zafarme de esto? Me di cuenta que me había excedido y lo tranquilicé explicándole la situación. Pero la reacción de alivio en estos casos nunca es inmediata y jamás es total. Pero fue suficiente para que se despidiera apurada y cortésmente. No lo he vuelto a ver desde entonces y dudo que tenga muchas ganas de verme.


Sin los sonidos guturales, y con otra corriente de pensamientos en mi mente, pero con las mismas consecuencias de generación de terror, me acababa de dar cuenta de lo que pasaba: ¡Nadie hablaba! ¡No había un solo sonido emitido por una voz humana, y los únicos sonidos eran de la gente moviéndose, los vasos, los platos, la parrilla! Absolutamente aterrorizado,  me sentí atrapado en una conspiración de alienígenas, o en un experimento de los gringos (los que me han leído, ya saben las bromas que me juega mi karma) para el que había sido cuidadosamente seleccionado. En mi mente, eso significaba que me venían observando ya desde hace tiempo, y todas las cosas que me habían pasado fueron generadas por este maldito, cruel y devastador experimento.

Nunca en mi vida se me habían erizado los pelos de la nuca, pero doy fe, para aquellos que no lo han experimentado, que literalmente uno puede sentir como los pelitos se enderezan violentamente, causando un escalofrío tremendo que llega electrizantemente hasta el coxis.




Reaccioné de inmediato. ¡Ah no, a mí los marcianos no me agarran y menos los gringos! Muy lentamente para que no se dieran cuenta, saqué la billetera de mi bolsillo mientras simulaba leer mi novela de Ray Bradbury, la puse al lado del libro, y casi sin moverme, saqué un billete de cien pesetas, suficiente en aquellos tiempos para pagar ocho Cubas Libres. Deslicé el billete hasta ponerlo debajo del vaso y salí corriendo como alma que lleva el diablo. Ya había, por supuesto, programado mi ruta de escape y en menos de cinco segundos, me encontré nuevamente en el mundo normal, en una calle de Madrid.

La euforia y alivio no impidieron que a toda prisa me alejara del malhadado bar, pero no pude evitar mirar una placa grande de bronce en un edificio aledaño muy antiguo.

La placa simplemente decía: 


INSTITUTO NACIONAL DE PEDAGOGÍA DE SORDOMUDOS – 1947

Volví a caminar lentamente, maldiciendo a Ray Bradbury, La Dimensión Desconocida y Un Paso al Mas Allá.

diciembre 17, 2012

Mi Amigo Percy



Yo tengo un amigo que se llama Percy y al cual conozco hace más de 30 años. Es sin duda uno de esos amigos para toda la vida, y nuestra relación es prácticamente de hermanos. Lo conocí cuando entró de operador de computador a IBM y yo trabajaba en el área de producción. Las circunstancias de su ingreso fueron curiosas. Los otros tres muchachos que ingresaron eran hijos de empleados. Uno de los operadores, Dicky, decidió adoptarlo, porque se le conocía como el hijo de nadie.

Para ser sinceros, nadie daba medio por él. Bajito, gordito, con un aire de pingüinito rubio, y con una inteligencia social cercana a cero. Lograba exasperar hasta a un muchacho llamado Pepe, que era consagrado de una orden religiosa laica. Era intolerable. Además andaba siempre desaliñado y parecía haberse robado las corbatas que su viejo había dado de baja.

Empezaron a circular apuestas sobre si pasaba el mes sin que lo boten. Algunos le daban dos semanas. En ningún caso, pasaría los 3 meses de ley, según los más conservadores.

Esta era la época en que el Centro de Cómputo de IBM empezaba a ser el semillero del que IBM nutrió muchos de sus cuadros gerenciales y técnicos. Siempre había alrededor de 15 o 16 jóvenes, cada uno más brillante que el otro, pero con personalidades de todos los sabores. 

Varios de ellos llegaron a Gerentes Generales, no solo en el Perú, sino en otros países y regiones, e incluso a niveles más altos. La realidad es que los peruanos de IBM son considerados muy por encima de la mayoría de países del mundo, incluyendo Europa, Asia y Norteamérica. Perdón, me olvide de África y Oceanía…

Pero Percy era especial. Ante propios y extraños, logró permanecer en IBM. Nadie ganó la apuesta porque ni uno de nosotros había pensado que iba a durar. Pingui seguía creando antipatías y generando conflictos. Pero había que admitir que bruto no era. Insoportable sí
.
Después de tantos años, todavía me sigo preguntando como fue que pudimos hacernos tan amigos. Es la única persona a la que le he querido pegar en estado sobrio en los últimos 40 años.

Fue en la sala de máquinas, y Percy estaba en su estado anímico normal, tenso, histérico y de mal humor. Recuerdo haberle hecho una broma ligeramente irónica y el agarró un manual de IBM, que era especialista en hacerlos densos, grandes, gruesos y pesados ¡y me lo tiró violentamente a la cara! Me le fui encima, totalmente fuera de control y a duras penas, César y Dusan lograron contenerme. Cesitar me decía, “¡Gordo piensa en tu futuro, no la cagues!” y Dusan, mas práctico y filosófico, sólo dijo “¡Ya olvídate, no le hagas caso a este enano!”

Me llevaron prácticamente cargado hasta mi oficina y tuvieron el buen tino de quedarse conmigo un buen rato hasta que la adrenalina bajó a niveles normales y volví a ser el mismo gordito simpático y bonachón que todos conocían.

Por esos días, dos personas trabajaban en Producción, y los demás en Operaciones. Ricardo y yo éramos Producción, pero alguien vino con la idea de trocar puestos, es decir, alguien de operaciones pasaría por Producción cada mes y Ricardo y yo haríamos lo mismo en Operaciones. No es necesario adivinar que el primero en ir a Producción conmigo fue Percy, creo que por votación unánime.

Todo el Centro de Cómputo, incluida Producción era área restringida, pero al poco tiempo se creó una línea imaginaria que él y solo él no podía cruzar.  Sin embargo, y sin sorpresa para nadie, la cruzaba todos los días. Todos los días lo hacían regresar pero el insistía.

Esta era una cualidad de Percy que hacía que al final siempre lograra lo que se proponía. Era incansable, insistente, perseverante y tenaz hasta el extremo. Terminaba ganando por cansancio cuando no era por alguna salida brillante que ponía el caso o el asunto en discusión en un nivel diferente y desde una óptica inesperada. En ese momento, y como maestro en el manejo de crisis, se empleaba a fondo y todo el mundo reconocía que era una solución muy aceptable, pero sentíamos de algún modo que nos había “enyucado”.

Un amigo común que estudió con él en el colegio, me contó una anécdota que da cierta idea de cómo es Percy. Con el carácter que tiene, no es sorpresa para nadie que más de uno haya querido pegarle, como puedo atestiguar, pero en este caso, era un muchacho que le llevaba más de una cabeza. Percy era el mas bajito de su clase, por cierto. Una vez más, los pronósticos estaban todos en su contra. Además, Percy tiene pie plano, y usa un inhalador para su asma.

Empezó la bronca y parece que duró poco. El oponente se vio atacado por un torbellino de patadas, puñetes, y todo lo que había en la humanidad de Percy, sin prácticamente opción a devolver un golpe. La pelea terminó como terminan todas esas peleas; uno en el suelo, y el otro sentado encima, sujetando los brazos con las rodillas. Una vez más, los observadores tenían la sensación que lo que habían visto no podía haber pasado… Y la sensación era siempre la misma: Percy había sacado una carta de debajo de la manga que nadie esperaba.

Recuerdo que para la despedida del gran Quichi, legendario operador, fuimos al chifa del papá de Ernesto, y se habían esmerado en hacer una comida extraordinaria. Todos los platos estaban deliciosos, eran desconocidos para la mayoría y tenían una presentación espectacular.  Mirábamos entre asombro y saliva involuntaria la fabulosa caravana y en eso, Percy que suelta un “¿Y el Wantán? ¿Dónde está el Wantán? Porque yo, si no como Wantán, no he ido al chifa.”

Silencio. El papá de Ernesto, que había estado mirando complacido las caras de todos nosotros, asimiló el golpe. Esto era como ir al Carlín y pedir papas fritas. Lo digo porque un primo mío así lo hizo, para embarazo mío y de los anfitriones.

El chino Ricardo, que era el que estaba a cargo de los “chupes”, como llamábamos a los operadores nuevos se encabronó, y dijo: ¿Quieres Wantán? Ahora vas a comer Wantán. Mirando al mozo, pidió 2 docenas de Wantán Frito y esa noche, Percy sólo pudo comer Wantán.

En otra ocasión, el día anterior a procesar los datos del examen de ingreso de la Universidad de Lima, Aldo, que era el control de turno en ese entonces, venía de almorzar con las autoridades de la Universidad, y entrando, alguien le dice: “La 2540 está malograda”. La 2540 era una lectora de tarjetas, la única con capacidad de leer tarjetas marcadas con lápiz (OCR), que obviamente eran las que llegarían al día siguiente después del examen para ser leídas y procesadas. Es evidente que esa frase sólo tenía sentido para unos pocos, y por supuesto, ninguno para los funcionarios de la de Lima. Percy, que además tenía el don de la ubicuidad desastrosa, estaba al lado de Aldo, y no se le ocurrió otra cosa que decir “Pobrecitos los de la de Lima, no van a poder procesar sus exámenes”.

Nuevamente, la vida de Percy estuvo en peligro.  Logró sacar de quicio a compañeros, gerentes, clientes y cuanto ser humano se le ponía delante. Rara cualidad que no era envidiada por nadie.

Quizás cuando sufrí la oportunidad de trabajar con él fue que empezamos a hacernos amigos. Perdí la paciencia innumerables veces. Marita me pedía que tuviera calma, pero algunas veces llegaba a la casa casi descompuesto. Para colmo de males, descubrí que vivía a una cuadra de mi casa. Dios siempre suele jugarme este tipo de bromas, situaciones en las que me hace preguntarle ¿Por qué yo, Dios mio?

Pero se ganó el respeto de todos y el mio también. Nunca he conocido a nadie que tenga una determinación y vehemencia tan grande por lograr lo que se propone. A veces pensaba en él como una piña, espinoso y poco atrayente por fuera, pero dulce y jugoso por dentro. Tenía un corazón de oro.

Se encariñó con mi hija Mónica, le regaló su primer triciclo, y siempre nos visitaba, para “conversar”. Una noche de domingo, Marita se fue a misa y nos dejó cuidando a Mónica. Muy contentos, estábamos tomando unos tragos y en eso descubrimos que había que cambiarle los pañales. El olor y el llanto fueron sutiles indicadores que no nos quedaba otra. En esos tiempos los pañales eran de tela, y era todo un arte el doblarlos y colocarlos, por lo menos para mi, y Percy tenia menos idea que yo, que no tenia ninguna.

Fase Uno: Procedimos a quitarle el pañal. Mediano éxito, manchamos la cuna y las sábanas, pero logramos tirarlo a la basura.

Fase Dos: Proceder a limpiarla y lavarla. No nos fue tan bien. No encontraba los “wipes” y gastamos un rollo de papel higiénico mojado, limpiándola y limpiándonos las manos. Movimos el tacho de basura al lado de la cuna demostrando creatividad e ingenio. Simplificamos una tarea que se había vuelto muy repetitiva, sobre todo después del segundo rollo de papel.

Fase Tres: Poner el pañal limpio. Solo puedo decir que nos tomó más de media hora, no lo pudimos colocar adecuadamente nunca, pero logramos el objetivo principal: Mónica estaba limpia y había dejado de llorar.

Marita regresó y orgullosos le contamos nuestra hazaña. Después de mirarnos seriamente y antes de cambiar a Mónica nuevamente, simplemente nos dijo: “Por favor lávense la cara. Tienen caca por todos lados.”  No he vuelto a poner un pañal en mi vida.

Finalmente Percy salio de Operaciones, y pasó por Ingenieria de Sistemas y Ventas, creando siempre los anticuerpos en ese estilo suyo tan propio, pero con resultados extraordinarios.

Por ese entonces, lo mandaron a USA a estudiar un lenguaje de Base de Datos, llamado SQL. El curso duraba una semana y era el primer viaje de Percy.

Pasó una semana y Percy no regresó. Paso otra y nada, Finalmente pudimos averiguar que corrigió tantas veces al profesor, que a éste lo mandaron a la casa y Percy se quedó 3 semanas mas para dictar él mismo el curso.

No sé cómo nacen los afectos. Pero entre Percy y yo nació un afecto muy grande, que se convirtió en una inseparable amistad, que ni los años ni los conflictos que sufrimos pudieron disminuir. La distancia, que destruye amores a mansalva y sin contemplaciones, parece hacer lo contrario en cuanto a cariño. Ese fue nuestro caso. Las pocas veces que nos vimos desde que salí del Perú, eran como si nos hubiéramos visto ayer. Lo que no logro explicarme es que yo sé que con el tiempo, las personas cambian. Unos se vuelven mejores, otros peores, algo así como el vino y la cerveza; la vida nos engríe y después nos golpea y esa montaña rusa tiene sus altos y sus bajos. Nos volvemos más viejos, no necesariamente más sabios, y somos, en definitiva, diferentes. Me ha pasado con otras personas, descubriendo dolorosamente que a veces no hay nada de que hablar y los recuerdos en común se han olvidado o desdibujado en el tiempo.

Con otros, con los amigos de toda la vida, es como si los hubiéramos visto hace un rato. Las mismas alegrías, las mismas jodas, las mismas tristezas y el mismo interés por el otro. Eso hace toda la diferencia.

Con Percy trabajamos juntos en otra compañía a la que el me llevó, donde sufrimos grandes emociones, de las buenas y de las malas. Nos distanciamos, nos acercamos, peleamos, discutimos, conversamos, abrimos nuestras almas y mentes y compartimos momentos muy difíciles.

Pero recuerdo que tuve que implantar una censura en sus cartas a clientes y proveedores. Eran tiempos en que el correo electrónico se circunscribía a algunas empresas grandes, y el Internet estaba recién empezando. Era normal y aceptable el escribir cartas para llamar la atención sobre un problema en el cliente o la cobranza con algún proveedor.

Percy solía utilizar en sus cartas términos como “Es completamente inaceptable…”, ”Absolutamente equivocado…”,  “Totalmente falso…” y perlas por el estilo. Tuve que explicarle que había que decir “No estoy de acuerdo…”, “No se ajusta a la realidad…” y “No es exacto…”, porque cuando uno leía sus cartas, tenía la impresión que estaba gritando. 

Pero aprendió. Porque Percy aprendía todo, siempre tenía mil cosas en la cabeza y trataba de encargarse de todas al mismo tiempo.

Después, cada uno por su lado, tuvimos oportunidad de trabajar cada uno en su compañía, y el me ayudó a mi mucho mas que yo a él. Percy regresó a IBM y yo me vine a USA.
Y dejamos de vernos por muchos años De vez en cuando un correo, o una llamada, pero muy poco en realidad.

Siempre he escuchado cuando hablan de alguien valeroso, decir frases como “No conoce el miedo” o “No tiene miedo de nada”. En mi opinión, aquellos no son valientes, sino mas bien sufren algún tipo de limitación, que raya en la debilidad mental o la escasez de luces. Valiente es aquel que conociendo el miedo perfectamente, logra actuar y hacer a pesar de él.

La frase favorita de Percy era “Me cago de miedo”. Y yo le creía y le creo. Pero eso nunca fue obstáculo para enfrentarse a lo que se le pusiera delante, cuando muchas veces yo, prudentemente, me ponía de lado.

Mi amigo Percy tiene cáncer. Y del malo. Del agresivo. Y el sí es valiente. Fue diagnosticado hace 4 años con cáncer al colon en etapa IV, y le dieron 6 meses de vida. Esos 6 meses pronto se convirtieron en un año, luego en dos, en tres y en cuatro. Ya vamos por el quinto. Estuve con él en el MD Anderson Hospital cuando le diagnosticaron el cáncer al hígado, cuando lo operaron y lo cerraron casi sin tocarlo, y cuando lo radiaron después por casi dos meses.

Dicho sea de paso, en la operación, le pusieron una cánula en la médula con un switch para que se auto inyectara morfina por el dolor post operatorio. Se la pusieron mal, y cada día llegaba el “Pain Team” a ver como seguía. El insistía en que se la sacaran, porque terco como la mula que es, no lo usó ni una vez, y el dolor que más le molestaba era el de la bendita cánula. Finalmente aceptaron.  Otra vez, Percy tenía razón.

Le contagiaron también el estafilococo dorado en la sala de operaciones, y el corte que le hicieron, que era mas como uno de esos cierres relámpagos para abrir y cerrar una mochila, se infectó tremendamente.

Lo vi cuando comía y su cuerpo rechazaba todo alimento. Una hora después, y con una fuerza de voluntad a prueba  de gladiadores, volvía a comer, y así durante el día. Lo vi cuando tenia sus noches negras y sus despertares grandiosos, con esa actitud de pónganme lo que sea al frente, que tantos que lo conocen han podido disfrutar o sufrir, de acuerdo a su humor.

Al poco tiempo, Percy tuvo que ser operado por un tumor al cerebro. Sin embargo, celebró el año nuevo, celebró sus 50 años a lo grande, tuvo otra operación mas, y sigue metido en mil cosas, en la directiva del Regatas, en sus planes para llevar educación por Internet a todo el Perú, preocupándose no solo de su mujer y sus hijos, sino de sus hermanos, de su papá y su mamá, y hasta de los amigos. Me ha buscado trabajo varias veces, a mí y a otros.

Por lo que sé, su médico le ha dicho que ahora están en “uncharted territory”, es decir, contra todos los pronósticos, otra vez Percy ha llegado a donde nadie lo esperaba. Sigue adelante, con ciertas limitaciones, pero ahí está, dando la lucha. Ciertamente pienso que el cáncer no sabe con quien se ha metido.

Eso no quita que siga siendo el mismo metiche, insolente, terco generador de crisis que ha sido siempre. Pero aquellos que han podido leer sus comentarios en Facebook, y toda la gente que lo rodea, ha aprendido no solo a admirarlo, sino a respetarlo y sobre todo a quererlo.

Mi amigo Percy es así. Toda su vida ha sido con la corriente en contra, y para él, las cosas siempre son mas difíciles que para los demás.

Creo que Dios ha querido hacer de él un ejemplo de inspiración para aquellos que se rinden antes de empezar y para aquellos que se cansan de luchar.

Para mí, es una fuente de energía. Verlo y escucharlo, aunque este histérico, o negro como una nube tormentosa, me alimenta y me contagia de esa electricidad que posee, en la que todo lo que le rodea tiene que vibrar y girar a cien por hora.

El único misterio en todo esto, y que no logro explicar, es como y sobre todo porqué lo quiere tanto la gente. Porque Percy es un sabor adquirido, así como el sushi o el ceviche. Hay que paladearlo varias veces para saber todo lo que vale y puede dar.

En cuanto a mí, me considero inmensamente afortunado en tener una relación de hermano con este pingüino al que quiero tanto.