febrero 02, 2013

Los Olvidables Años Sesenta



No. No es un error tipográfico propio y típico de de un anciano. “Olvidables” es una palabra tan válida y con tantos pergaminos como “Inolvidables”. Lo que pasa es que no me refiero a la década de los años sesenta del siglo pasado, que tuvo música extraordinaria y con cambios en todos los aspectos sociales del mundo. En realidad pasaron tantas cosas en esos años que esmuy fácil recordar e identificarse con alguna de ellas.

Estoy hablando de esta década, en la que he cumplido sesenta años y todo se me olvida. Cumplir sesenta fue para mi un hito que nunca pensé alcanzar. Si bien otras personas tienen metas mas elevadas y moral o económicamente mucho mas encomiables, para mí, sólo llegar a esta edad sin haber perdido la razón ni en una cárcel, ni como un paria, era en sí una meta importantísima.

Debe ser por eso que empecé a escribir. Porque aunque en diferentes etapas de mi vida había perdido la dignidad y el orgullo, recién a los sesenta perdí la vergüenza.
Llega un momento en que uno piensa ¿Y todo lo que has vivido, se morirá contigo? ¿No sería importante aunque sea arrancar una sonrisa o una lágrima de algunas gentes, te conozcan o no? Y por encima de eso, tu nieta, ¿No crees que le gustaría saber un poco de tus locos años mozos, de tus sentimientos, de tus vivencias, de tu retorcido y extraño sentido del humor y de tu sofisticadísimo sentido del ridículo, que tantas cosas te impidió hacer, y que recién a esta edad te das cuenta?


Entonces decidí ponerme a escribir algunas historias. De ellas, algunas son tristes, otras son alegres, las hay también graciosas o absurdas, pero describo mucho de mí, y estoy totalmente seguro que han arrancado más de una lágrima y una sonrisa. Lo digo con certeza porque han sido mías, y en varias ocasiones.


Ahora viene lo interesante: cada vez que las releo aparte de las emociones, me ocurren dos cosas, ambas muy preocupantes. En primer lugar, y me da mucha cólera, encuentro faltas ortográficas y de sintaxis, a pesar de haberlas revisado varias veces. Con lo maniático que soy en esos temas, cuando encuentro una falta, me flagelo mentalmente con el lomo virtual desnudo, y hay días en que pierdo gran parte de mi tiempo con esa tortura mental. El látigo imaginario parece tener entrelazado en sus puntas con plomo candente la palabra “imbécil”. 

No, si cuando me torturo mentalmente, mi autoestima llora y se desespera sólo con la idea anticipada de los latigazos. Soy implacable. Sin embargo, al siguiente relato, vuelven a crecer mas faltas aun.


Pero lo mas grave es que algunos de esos recuerdos ¡ya no los recuerdo! Es como si hubieran salido a flote en el calor del relato y luego se hundieron para siempre. Al principio pensé que era lo lógico. Habían dejado de vivir en mi mente y reposaban durmiendo no se si el sueño de los justos o la pesadilla de los apostatas y descreídos.


Cuando me di cuenta que me olvidaba el nombre de una película, al autor de un libro, o mas crítico aun, el “password” de alguna aplicación e incluso mi código de empleado, me empecé a preocupar seriamente. Con mi febril y aterrorizada imaginación, me imaginaba con demencia senil o Alzheimer en menos de seis meses.


Por supuesto, no hice nada por un tiempo. Me la pasaba planteándome retos sobre cosas de cultura general, o me ponía a pensar en un escritor, y luego recordar sus libros, y luego los personajes de esos libros. Peligrosísimo y desmoralizador juego. No se lo recomiendo a nadie.


Eso de poner a José Arcadio Buendía en el Amazonas, a Lituma en las estepas siberianas o Aliosha borracho en un burdel de Macondo, no es una buena idea, y al final, uno siempre sabe que se esta equivocando.


Entonces empecé a tratar de recordar cosas mucho más simples. Lo que comí ayer, o cual fue el ultimo restaurante al que fuimos. Malo, malo. Siempre tenia la respuesta lista y parecía muy fácil hasta que descubrí que lo que recordaba no era necesariamente lo que había pasado, a no ser que la que tenga Alzheimer sea mi mujer.


Peor fue cuando gradualmente me di cuenta que habían muchas cosas que “pensaba” que recordaba perfectamente. Se me pararon los pelos cuando descubrí que tenía muchas “listas” y “etiquetas” en la cabeza que estaban completamente vacías o a medio llenar, cuando deberían estar saturadas de información.


Hay una especie de pez, del cual no recuerdo su nombre, que cada día tiene que volver a aprender lo necesario para sobrevivir. No tiene memoria. Creo que fue la inspiración para uno de los personajes de la película “Nemo” de Walt Disney. Yo veía mi destino reflejado en ese maldito pez. Hasta me veía de color azul.


La imaginación parece no tener problemas con el tema de lo que uno se acuerda o no. La mía ya me había puesto en un asilo, con una enfermera limpiándome la baba que chorreaba por las comisuras de mis labios…


Compartí esta preocupación con mi hermano. El es un año y medio menor que yo, pero sin duda ya había experimentado estos olvidos involuntarios. Con ese sentido práctico que tanto admiro y envidio, me dijo “Para eso han inventado Google” No insistí en el tema…


Entonces, compulsivamente empecé a “googlear” todo lo que pudiera acerca del proceso de envejecimiento. Al principio, por supuesto, me identificaba con todos los síntomas de Alzheimer o de un tumor cerebral maligno. A estas alturas, le enfermera imaginaria no me limpiaba la baba, sino el poto, lo cual no deja de ser una buena idea, al fin y al cabo.


Pero poco a poco, y tratando de enfocarme mas en el envejecer que en el tumor cerebral, descubrí información muy interesante.


Aquel que se preocupa por lo que cree que esta olvidando, no es el que tiene un problema. Por el contrario, si la persona piensa que todo va bien y ni siquiera se interesa por el tema, es probable que sufra algún problema serio. Parece que estas enfermedades de demencia y relacionadas, también borran la conciencia de que uno se ha olvidado de algo. En otras palabras, es como perder archivos completos del disco duro mental. Una especie de formateo selectivo, digamos.


En cambio, la persona que está consciente de que está ocurriendo algo con su memoria, es perfectamente normal. Las arterias se endurecen y engrosan, las neuronas mueren o pierden vitalidad y todo se vuelve mas lento y difícil. Pero es como las arrugas o los achaques. Son naturales y hay que aceptarlos como parte de la vida. Como mi rodilla, que ya acepté que me va a doler esporádicamente el resto de mi vida, o esas incipientes pecas que me están saliendo en las manos.


Luego recordé un incidente que ocurrió cuando mi abuelo tenía 75 años. Estábamos almorzando con mi padre, mi tío Pepe y la abuela, y la entrada tenia queso fresco. Queso fresco como el peruano, tan sabroso y “fresco”, es difícil de encontrar en otras partes del mundo. Mi abuelo, que pensaba que España era la pepa del mundo, dijo que había un queso español del mismo tipo, por supuesto mucho más sabroso. Sin embargo, no recordaba el nombre.


La conversación cambio de tema, pasamos a la sopa, el segundo y el postre. Notaba que mi padre y el tío Pepe seguían conversando fluidamente, pero mi abuelo parecía desconectado. Casi no participaba en ningún tema que se tocaba. Un sí por acá, un no por allá, pero eso era todo. Ya en la sobremesa, el abuelo comenta en tono de derrota “¡Y no puedo recordar el nombre del queso ese!”


Ya sabemos de donde me viene la obsesión.


Por el lado materno, el asunto era inconscientemente obsesivo gracias a la mamamita. 

Cuando me casé, ella tenía ya 84 años, y cada vez que la veía, que era los domingos en casa de la tía Maruja, entrábamos a una conversación ritualística


“Hola, mamamita”“¿Fernandito? Hola hijito, ¿Qué ha sido de tu vida?”“Trabajando, mamamita”“Ah, ¿y donde trabajas?”“En IBM, mamamita”“IBM, IBM… ¿Ya tienes tiempo ahí, no?”“Si, mamamita”“Y Eduardito (mi hermano), ¿se casó?“Si, mamamita, se casó, y le va muy bien”“Que bueno, que bueno. ¿No te pierdas hijito, ya? Ven, visítame”“Si, mamamita, el próximo domingo vengo a verte”“Muy bien hijito”


Cada domingo, por años, el diálogo se repitió casi literalmente. No se acordaba de mucho, pero lo que se acordaba, era a la perfección. Casi como si hubiera tomado una foto mental mía de hace 20 años, y cada domingo al verme, su reloj cerebral volvía a esa época. No puedo sino añadir que era una obsesión arteriosclerótica, pero obsesión al fin y al cabo.


Así que los genes juegan un papel importante en esta ordalía de edad y sangre.


Pero creo que lo importante es envejecer con dignidad y sin vergüenza. Tarde o temprano, deberemos irnos, y mientras no nos llegue el día, hay que hacer lo posible por vivir el hoy, de la manera que más nos guste y nos plazca.


Yo gracias a Dios, he descubierto que me gusta escribir, aunque sea con faltas y huecos tipo queso gruyere en la memoria. Y agradezco el tener la oportunidad de poder compartirlo.


Bueno, tengo que irme a almorzar con... esteee… ¡ah, ya! ¡Marita! 

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