abril 23, 2013

Mi Visita a los Chinos



Años atrás, un muy querido amigo mío, César, me invitó a visitar la compañía Shougang , la empresa china que compró las instalaciones y los yacimientos de Marcona en el Perú, que originalmente eran de la Marcona Mining Company, y que fueron nacionalizados en la época de la dictadura velasquista. César era proveedor de material para los molinos de la planta.

Mal que bien, cuando la manejaba el Estado a través de Hierro Perú, era una empresa rentable y no muy eficiente, pero ahí andaba. Luego vino la oferta china, y el gobierno, en su afán de privatizar, vendió la concesión.

Quiero destacar que era aun la época en que China mantenía sus esquemas  económicos comunistas, con el Estado dueño de todos los bienes y con el Partido Comunista como dueño del gobierno del Estado.  Los grandes cambios en China que la convirtieron en lo que es hoy se verían recién después de 1997.

A principios de los 90, estaba de moda la reingeniería de procesos y otros conceptos de eficiencia empresarial, con los que yo había trabajado un poco, y a través de César, algo había escuchado del Gerente General que tenia ciertos problemas con los sistemas y los procesos que soportaban, que era lo mío, y me preguntó si yo estaría interesado en ofrecer algunas soluciones. Evidentemente, asentí con entusiasmo. Una empresa grande como esa podía darle más estabilidad a mi compañía  y la ayudaría a crecer mas planificada y menos orgánicamente.

Internet no existía en esos días, y era mas bien una novedad. Usábamos un buscador que se llamaba AltaVista, y Google estaba todavía construyendo sus primeras PCs con plástico y triplay, así que no pude hacer mucho trabajo previo de levantamiento de información.

Recuerdo que César me decía que lo importante era comprender la filosofía empresarial de los chinos, que era muy diferente a la occidental.

"Fernando, los chinos no compran para planificar, compran porque lo necesitan con urgencia, y siempre buscarán y elegirán el menor precio posible. Olvídate de la calidad del servicio o beneficios adicionales. Ofréceles lo mínimo necesario y al menor precio que te imagines. Te harán una contra oferta, y será la mitad de lo que pides, y ahí empieza a negociar. Son durísimos, pagan mal, y todo tiene que ser en inglés".

Mis precios por servicios ya eran bajos pues la empresa era joven y tenia que buscar posicionarse, así que armado con folletos, presentaciones y mi mejor actitud, entusiastamente emprendí viaje con César a Marcona.

César era un excelente negociante y había trabajado en minería por más de treinta años, siempre como proveedor de la industria. Poseía  una curiosa habilidad para lograr acuerdos en las circunstancias más difíciles. Excelente persona, congeniamos desde que nos conocimos, y fue uno de mis mejores amigos. Era campechano, ocurrente, brillante y tenía un corazón de oro. Lo extraño mucho.

El viaje por tierra fue muy entretenido y sin incidentes, pero llegamos a Marcona tarde y nos alojamos en las instalaciones de Shougang para proveedores. Habían habilitado un grupo de casas para visitantes, limpias y funcionales.

Hasta aquí el viaje es similar a cualquier viaje por tierra en la costa del Perú. Pero Marcona me tenia guardadas no una sino muchas sorpresas para los escasos dos días que pase allí.

Esa noche, cuando salimos a comer, me di con la primera sorpresa. Las viviendas propiedad de la mina en Marcona estaban separadas, con un área para los chinos y otra para los peruanos. No tenia idea que había más de mil chinos trabajando en la planta.

Descubrí que a los chinos les encanta usar bividí o bivirí  blanco (ambas acepciones son válidas y vienen de la sigla BVD, marca comercial de los fabricantes originales de esta camiseta sin mangas). También me di cuenta que adoraban la timba y que la frase “fuma como chino en quiebra” tiene un sólido fundamento. Aunque estos chinos no estaban quebrados, el volumen de tabaco consumido era impresionante.

Además, había una diferencia abismal entre las casas de los chinos y de los peruanos. Los complejos habitacionales de los chinos, que se parecían en pequeño a las unidades vecinales que se construyeron en Lima en los cincuentas, estaban en un estado deplorable. Inicialmente pensé que era lógico, pues solo vivían hombres, pero después me percaté que los problemas eran más cercanos a los trabajos de mantenimiento, como el descascaramiento de la pintura por la humedad, o la falta de pintura en las casas.

Las casas de los peruanos, si bien modestas, tenían sus arbolitos, sus flores e incluso jardín, y se veían sumamente limpias y muy bien pintadas. Me estoy refiriendo a las casas del personal obrero, no de los empleados, que tenían aun mejores instalaciones.

Me quedé pensando en cual seria la real razón de una diferencia tan grande.

Esa noche comimos con un ingeniero peruano, que nos contó la tremenda frustración que tenía con los mandos chinos por su falta de voluntad y decisión de mantener equipos de monitoreo y control adecuadamente. Si algo se malograba y no podían arreglarlo ahí, simplemente dejaban de usarlo.
Una vez reclamó y su jefe le dijo - Tenemos un solo cliente; si se queja, lo arreglamos.
Obviamente, el único cliente era Shougang, en sus siderúrgicas en China. Parece que nunca se quejaron.

Otra cosa que me llamó la atención fue ver un barco encallado en la bahía, ya marrón amarillento  por el óxido que lo cubría entero. Era una visión desagradable y daba la impresión de abandono y descuido. Por esos años la ecología no había tomado la importancia que tiene ahora.

Le pregunté a César que había pasado y me explicó que lo habían encallado a propósito para usarlo de vivienda para los trabajadores. Parece que era mas fácil controlarlos si los tenían a todos en el barco, no se les fuera a escapar un chinito que terminara poniendo su bodega en Nazca; pero la idea no prosperó. Parece que alguien se adelantó en el plan y encalló el buque. Allí quedó como advertencia para no encallar otro.

Así las cosas, nos fuimos a dormir. Debo aclarar que yo ronco, y fuerte; pero tengo una gran ventaja: aunque tengo el sueño ligero, no me escucho, con lo que mi ronquido no me molesta en absoluto. César también roncaba, casi más fuerte que yo, y tampoco se despertaba con su ronquido, ni con el mío. Mi desgracia fue que yo sí me despertaba cuando roncaba César, así que después de un par de horas, empecé a golpear la cabecera metálica de mi cama con mi aro de matrimonio. Sonaba algo así  como “clin, clin, clin…” y oh sorpresa, César dejaba de roncar de inmediato. Pude dormir bastante bien con esta pequeña triquiñuela.

Al día siguiente, en el desayuno, César muy seriamente, me confiesa – Tengo que llamar a Lima. Creo que mi suegra se ha despedido de mí anoche.

La suegra de César lamentablemente, estaba en sus últimos días, victima de cáncer, esa enfermedad que no perdona a nadie. Yo lo dejé que llamara, pero interiormente ya sabía quien se había estado despidiendo toda la noche. Solo le conté la historia cuando regresábamos a Lima.

Era el momento de visitar al Sr. Mao, gerente general de la planta. Afortunadamente, era un nombre fácil de pronunciar. Llegamos a las oficinas, una edificación de un solo piso, pero bastante amplia. Y desierta. Casi todos los escritorios estaban vacíos. Uno que otro paisano por allí, y unos pocos chinos más por allá. Fue la primera vez que vi un manual de Lotus 123 en chino. Asumí que ese era al producto, porque los números parece que no cambian.

César sabía exactamente a dónde ir y me comentó que Mao había estudiado en Harvard, así que era un individuo bastante inteligente, lo que no dudé ni por un segundo, a pesar de tantos hechos extraños que había presenciado desde mi llegada.

La primera sorpresa fue ver que la oficina de Mao no tenía paredes. Es decir, su escritorio estaba en una esquina de la cual podía ver a todos, y los escritorios más cercanos estaban alejados discretamente para evitar escuchar las conversaciones del gerente general.

Mao era una persona joven, de unos 38 años, vestía un blue jean imperialista y una camisa kaki comunista. Se notaba por el burdo acabado. La camisa tenía un ligero desgarro en la costura lateral inferior. Sin embargo, se veía que era una persona de muchas luces. Vivaz, agresivo, de muy buen inglés, y ligeramente irónico en sus comentarios a ambos sistemas políticos. Sabía donde estaba parado, en una palabra.

Los detalles de la conversación no son importantes. Lo que definitivamente remeció mi estructura social y de interacción con otros seres humanos fue el comportamiento de este personaje. A poco de empezar la conversación, saco un cigarrillo rubio (Marlboro), lo encendió y me percaté que no había cenicero alguno. Me dije que era imposible que un tipo educado fuera a botar la ceniza al suelo.

Efectivamente, Mao era al fin y al cabo, ex alumno de Harvard, así que abrió el cajón de su escritorio y sacó una lata de maní marca Planters (esas azules con tapita amarilla) y la destapó. Unos segundos después, los primeros trozos de ceniza caían dentro de la lata. Miré a mi amigo con cara de estupor, no de asombro. Estupor se define como asombro con una clara disminución de las facultades intelectuales del individuo. Eso fue lo que sentí en ese momento. Todos mis estereotipos profesionales tambaleaban. He aquí un individuo, claramente inteligente y educado en el sistema occidental a los más altos niveles, usando un cenicero de lata de maní en una oficina inexistente. Solo cuando César  me pateó reaccioné

Pero mi reacción duró poco. Un cigarro siempre llama a un café o un té, sobre todo si la conversación es ligera, como ésta lo era. César estaba tratando de dejarle algunas muestras y Mao veía con buenos ojos todo aquello que fuera gratis. Entonces abrió el otro cajón y sacó un pomo con tapa de esos en los que vienen encurtidos o mermelada, aproximadamente de un litro y medio, conteniendo un líquido amarronado claro con cierta tonalidad verduzca. Escuché algunas palabras sobre un té chino especial antes de caer en el estupor nuevamente de ver un termo chino. Reaccioné solo para permitir a mi quijada desplazarse libremente hacia abajo cuando Mao tomó un trago directamente del pomo. ¡Era su termo!

Con César, ni la tos. Con él no era. Seguía conversando con naturalidad, mientras mi canilla ya tenía varios moretones. Vagamente comprendí que César estaba desviando la atención al tema de sistemas, para darme entrada, así que me recompuse y mi mente se enfocó en hacer la mejor presentación posible de mis servicios.

Pero justo antes que desviáramos el interés hacia el tema, Mao se dio cuenta que tenía un desgarro en la camisa kaki (la comunista) y abrió nuevamente el cajón. Mis ojos se negaron a seguir la dirección de sus manos, pues yo estaba ya totalmente mentalizado. Fue inútil. Mao saco un pedacito de cartón donde tenía enrollado un poco de hilo blanco y otro poco de hilo negro, con 2 agujas clavadas en el cartoncito.

Aquí fue donde mi estructura profesional se quebró. Cuando empezó a hilvanar el hilo blanco, ya no entendía nada, no tenía idea de qué decir, ni cómo comportarme. Solo atiné a contestar a sus requerimientos breve y concisamente. Mientras zurcía su camisa, me pidió un estimado y aventuré una cifra baja, pero razonable. En ese momento fue Mao el desencajado y me dijo que el había pensado en una cantidad diez veces menor.

Lamentablemente me fue imposible llegar a un acuerdo, aunque quizás hubiera valido la pena solo para entender la idiosincrasia china.

Me tomó meses entender que en ese entonces, los chinos tenían un enfoque minimalista y simplista de la vida. ¿Para qué usar un cenicero, cuando la lata de maní, que es gratis, cumple exactamente la misma función? ¿O el pomo de encurtidos en vez de termo y/o taza?
En términos de supervivencia, no podían estar más acertados.

Aprendí mucho con esa visita. Concluí que en resumen, somos unos engreídos, y que siempre  las cosas pueden estar peor de lo que creemos. Pero confieso que incluso ahora, tengo pocas ganas de vivir en China.











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