mayo 07, 2013

Don Daniel Alcides Carrión y Yo

Tengo la inmensa suerte de haber llegado a los sesenta casi intacto. Cuando digo intacto me refiero a que he llegado con dos pies, dos brazos, todos mis dedos y mis órganos, y con algunas neuronas aun funcionando. No puedo negar que hice múltiples y denodados esfuerzos para que no fuera así. 

¿Tuve suerte? Muchísima. ¿Acto de Dios? Para los creyentes, soy un milagro ambulante. Sin tratar de ser repetitivo, simplemente enumeraré algunos de mis más notorios incidentes o accidentes, como se les quiera llamar.

Me he roto el brazo derecho 3 veces, el izquierdo solo una, también la mandíbula,  he aterrizado sin ruedas,  me he caído de un segundo piso, a una piscina vacía y a un precipicio. Me he chocado de frente, de costado, volteado en auto, amén de un sinnúmero de accidentes menores, algunos de los cuales me han causado achaques con los que tengo que vivir diariamente.

Me han disparado de frente en el famoso 5 de febrero cuando la huelga de los policías, me han caído bastonazos de la guardia de asalto varias veces en mis tempranos años universitarios, he estado detenido en bastantes comisarías, y he dormido en algunas, incluso fuera del país. Unos le dicen prontuario, yo lo llamo currículum. He vivido en un parque por un corto tiempo, y en una época, solo comí pan que le robaba a los panaderos todas las madrugadas, cuando dejaban las bolsas casa por casa.

Si añadimos que el mantenimiento de mi cuerpo ha estado muy lejos de ser ideal, pues he cometido y aun cometo toda clase de excesos, estaremos todos de acuerdo que llegar a los sesenta y algo es mucho mas que una proeza, en la cual no tengo mérito alguno, sino mas bien un milagro, o una suerte increíble.

Para los que creen en el Karma, en el que a toda acción hay una reacción, y que de alguna manera, se está predestinado a pagar por los errores o maldades cometidos en vidas anteriores, o disfrutar de las bondades hechas, no sé que pensar.

Por la manera como mi vida se ha conducido, debo ser el suertudo mas desafortunado del mundo o el desafortunado mas suertudo del mundo, así que no puedo imaginarme como pueden haber sido mis vidas anteriores ni como serán las próximas.

Algunas de estas cosas fueron provocadas por mi torpeza, mi estupidez  y mi inevitable curiosidad. Pero otras han sido fruto exclusivamente del azar, y el relato que sigue es una de esas circunstancias en la que el destino me puso sin ningún esfuerzo de mi parte.

Pero vayamos al tema de la historia.

Cuando recién casados, y por algunos años, solíamos irnos de campamento a la zona de Canta, la sierra del norte de Lima, con mis hermanos putativos, los Ganoza. Íbamos con todo, hijos, hijas, en edades de pañal y biberón, las esposas, y cantidades muy generosas de alcohol, que invariablemente no era suficiente.

Lo pasábamos en grande. Nosotros, las esposas no. Nunca entendí bien por qué. Es cierto que empezábamos a tomar ni bien salíamos, pero éramos muy divertidos. Me consta porque ellas también se reían de nuestras ocurrencias y mucho.

Responsablemente, encontrábamos un lugar apropiado, armábamos las carpas, bajábamos todo, e incluso ayudábamos prendiendo la fogata y otros detalles. Con la satisfacción del deber cumplido, nos servíamos unos muy merecidos tragos, y compartíamos con ellas y los chicos hasta que era hora de dormir.

Cuando ellas se iban a dormir, nosotros nos alejábamos del campamento discretamente para no turbar su sueño y nos poníamos a conversar y tomar mas  tragos a la luz de la luna y las estrellas. Deliciosos momentos que aun despiertan en mí  estupendos recuerdos.

Pero al día siguiente, cuando ellas se levantaban y nos veían aun conversando, todo cambiaba. Era como enfrentarse a una manada de monstruos ansiosos de cortarnos la garganta. ¡Y ni discutir! Discutir con una mujer es difícil y uno nunca gana, pero se hace la pelea. Pero enfrentarse a tres o cuatro mujeres, es que ni intentarlo. Se pierde antes de empezar.

Hacíamos mutis y silenciosamente nos echábamos a dormir o a ayudar en el lavado de platos. Total, para la noche ya se les pasaría.

Como dos semanas después de uno de esos apoteósicos campamentos, me empecé a sentir un poco mal. Tenía fiebre, no muy alta, cansancio general y decaimiento. Me sentía débil y sobre todo deprimido, lo cual no era novedad. Primero me tiré a la cama un día, y mi mujer me dijo – Tenemos que ir al médico. Tirarte a la cama a ver si se te pasa no es lo correcto.

Y yo hice lo correcto, así que fui a que me hicieran análisis.
El diagnóstico: Fiebre tifoidea. Con los análisis en la mano, el médico confirmó el mismo:
-    Los resultados de los análisis son típicos y sí, el color terroso de la cara, la fiebre, el malestar general, todos claros síntomas de una clásica tifoidea.

Yo siempre he tratado de ubicar el exacto significado de una palabra en cada frase, así que me fui a buscar el significado de “clásica”  en el diccionario y ver cómo encajaba en la frase del doctor. El resultado fue sorprendente, porque clásico significa “digno de imitación, lo que debe tomarse como modelo por ser de calidad superior”. En resumen, todas las tifoideas deberían tomar la mía como ejemplo a seguir. Reconfortante de alguna manera.

Dos meses después, aun con la fiebre y el malestar a los que ya me había acostumbrado, visito a otro doctor, esta vez por las cuatro bolas que tenía en el cuerpo. No mal interpretar, por favor. Estas eran de acuerdo al médico, quistes de grasa que había que remover.

Le pregunté a que se debía esto, y me dijo – Es cuestión de suerte, mi amigo. Algunas personas sufren de esto, otras no.

-          ¿Pero cuatro al mismo tiempo doctor?  ¿Tendrá que ver con mis hábitos alimenticios? ¿O la bebida?
-          No, no, yo he visto casos de 20 y mas quistes de grasa en una persona.

Inevitablemente, la pregunta que siempre me aterra hacer:

-          ¿No será cáncer doctor? ¿O podría ser?

Necesitaba una confirmación para justificar la angustia que estaba sintiendo.

-          De ninguna manera, no se preocupe, venga el Sábado y le vamos a extirpar los quistes. Solo será anestesia local. Por favor, venga en ayunas.

Siempre me he preguntado para que quieren que uno venga en ayunas. Puedo entender si es anestesia general, incluso si van a hacer análisis de orina y/o otros. ¿Pero para unos cortes con anestesia local? ¿Los médicos piensan que la gente va a vomitar al ver sangre y detestan el vómito de café con leche y pan con mantequilla? No lo entiendo, pero hay que obedecer.

Llegó el Sábado y procedieron a hacerme los cortes y extraer me los “quistes”. El médico, al ver el primero de ellos, que era del tamaño de una nuez grande, me dijo – Creo que es mejor enviarlo a Patología, por si acaso.

Al salir de la clínica, con el efecto de la anestesia terminándose, los dolores empiezan a invadirme sin pedir permiso. Me duelen  el hombro derecho, la pantorrilla izquierda y los dos empeines. Por tanto, no puedo caminar  ni mover el brazo. Mi mujer como puede, me embute en el carro y tras el suplicio de llegar a la casa, debo echarme en una posición que no es fácil sin tocarme las heridas.

Paso un fin de semana muy desagradable, y tengo que usar unas pantuflas para ir a trabajar el Lunes, por las heridas en los empeines. No logro hacer mi vida normal hasta el Jueves, en que finalmente ya me puedo vestir como gente decente.

Hemos recibido una llamada de la clínica.  El doctor quiere verme, porque ya están los resultados de los análisis. A mi me da mala espina. Que me llamen tan rápido para el análisis de unas bolitas de grasa…
No sé, no sé. Cualquiera dice algo como “hay que  revisarle las heridas”, “quiero ver como ha progresado la cicatrización”, que sé yo, pero por el resultado de los análisis da mucho que pensar.
Ni bien llegar, la recepcionista me pide que pase a recoger mis análisis antes de ver al médico, y así lo hago. Le digo a Marita que suba para decirle al doctor que ya estamos ahí y me voy a Patología. Me entregan un sobre cerrado, pequeño, tamaño carta. Está cerrado.

No necesito decir que lo abrí sin reparo alguno, y como sé algo de todos los informes de los médicos, el detalle siempre está en la última línea. Lo leo a toda prisa y decía: “Verruga peruana nodular del tipo mular”.  Mierda. ¿Y ahora?

Con frecuencia pienso que es mejor ser ignorante total, que medio ignorante sobre un tema. Si eres ignorante total, ni siquiera puedes opinar ni darte el lujo de pensar en el tema. En cambio, cuando eres medio ignorante, estas ahí, a la mitad, y con lo poco que sabes y una fértil imaginación,  las opciones son infinitas.

Pongamos como ejemplo las teorías de Hawkins, ese científico inglés todo contrahecho y que a duras penas puede hablar, pero que es un absoluto genio de la física. Cualquier cosa que diga, yo le creo. Pero mucha gente, que sabe del tema bastante más que yo, duda, lo contradice, lo desautoriza, vamos, que causa cierto revuelo cada vez que el pobre dice algo. ¿Por qué? Porque ellos son medio ignorantes, en cambio yo, que le creo hasta lo que come, soy el ignorante puro y perfecto. No tengo ni idea de lo que dice y ando muy contento así.

De todas las palabras del diagnóstico, una se me ha quedado grabada. Nodular. En mi supina ignorancia, nodular viene de nódulos. ¿Y los nódulos que son, sino tumores?  ¡Tan joven, Dios mío!
Mi primera hija esta recién por nacer. ¿Me dará tiempo esta enfermedad aunque sea para conocerla? ¿Qué le dirá su mama de mí? Destinada a crecer sin padre. ¡Pobre hija mía! Tengo que convencer a Marita para que se case de nuevo. Va a ser muy duro, sola y con una criatura que mantener.

Sumido en estos negros pensamientos, llego al quinto piso. Veo a mi mujer en una esquina de la sala de espera  y una absurda cantidad de galenos aguardando ansiosamente para ver al espécimen infectado, lo cual no hace sino confirmar mis sospechas. Me siento como el mono nuevo que recién llega al zoológico.

Ingresamos al consultorio y antes que el médico empiece a hablar le espeto en la cara:
-    ¿Cuánto tiempo me queda, Doctor?
-    ¿Tiempo de qué?
-    De vida, pues Doctor, me tomé la libertad de abrir el diagnóstico y leerlo.
-    No, mi amigo, usted tiene verruga peruana, la enfermedad de Carrión. No se va a morir de eso.
-    ¿Y todos esos médicos afuera?
-    Es que se suponía extinguida, y nunca han visto un caso. Como comprenderá, es mas por respeto a Carrión, que dio su vida por esta enfermedad.

Es por eso que mi relación con Carrión es muy estrecha. Gracias a mí, tuvieron que resucitar a la verruga peruana, y de paso la memoria de nuestro ilustre y sacrificado héroe. La verruga peruana había sido considerada extinguida  en los setenta. Fui el primer caso reportado en 1980. El médico me dijo que era como sacarse la lotería. Graciosito el doctor. Me imagino que se refería a la posibilidad de contraerla.

Para mi no fue ninguna lotería. Como no sabían lo que era, y nadie relacionó una equivocada lectura de mis análisis originales. me sacaron cuatro quistes, supuestamente de grasa, de diferentes partes del cuerpo y pasé una vez más por ese sentimiento de muerte inminente que es espantoso. Suena mas como ruleta rusa.

Felizmente no entraron todos los médicos a ver al mono nuevo, pero había unos seis de ellos. El Doctor Gotuzo, medicazo,  especialista en enfermedades tropicales, fue el encargado del  “play de honor”  para revisarme. Cuando me revisó, se dio cuenta que estaban por salir como diez bolitas mas. Es ahí cuando se convierte en mortal, porque se multiplican y muere uno convertido en una masa de bultos totalmente deforme con una septicemia terrible.

Muy didáctico él, les explicaba a los otros el tipo de borde del puntito rojo que apenas se veía, la elevación y el enrojecimiento de la piel. Ahí estaba yo, solo con mis calzoncillos de Batman, mientras me tocaban en todas partes, apretando las ronchitas, en fin, humillante por decir lo menos. Todo sea en aras de la ciencia. Si sabía que esto iba a pasar, a lo mejor me ponía mi calzoncillo negro con caritas amarillas  de “smiley”, para lucir más amigable…

Gotuzo me hizo toda clase de preguntas y concluyó dos cosas: que le pagara por adelantado y que la verruga la había contraído en Canta. Me pidió que me contactara con toda la gente que había estado expuesta y les avisara del riesgo.

Le pregunté por Marita, que estaba en cinta y ahí mismo le diagnosticó el mismo tipo de verruga que yo tenía, y le dieron dos pastillitas. Dos. ¡Sólo DOS putas pastillas! Eso sí, rojas rabiosas. Se veía a la legua que eran efectivas.

Yo tengo cuatro cicatrices, seis horas de cirugía  y 38 puntos para la misma enfermedad. Y también dos pastillitas. También rojas.

Ambos nos recuperamos de la verruga peruana al mismo tiempo.

Es en situaciones como estas en que pienso porqué de las 18 personas que fuimos de campamento a Canta, Marita y yo fuimos los premiados. Nadie más se infectó. ¿Y después esa diferencia odiosa en el tratamiento? ¡Ya pues!

¿Karma, Suerte, un Poder Superior? Prefiero atribuirlo, de manera muy personal, a Dios. Me siento más cómodo  y tranquilo con la muerte de esta manera. Solo que Dios me juega bromas constantemente. En mi imaginación me parece que a pesar de todo le caigo simpático, pero a veces como que las bromitas son un poco pesadas…

Y no puedo decir que soy feliz. Lo que sí puedo decir es que ando feliz por la vida, que es muy diferente. Y la disfruto plenamente. Con mi pata Carrión y nuestra verruga peruana incluida.



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