enero 05, 2014

El Viejo y La Niña

Mientras tomaba su café matutino, Agustín pensaba en su nieta. Ocasionalmente se obligaba a pensar en ella, pues sentía que cierta energía positiva fluía en su cuerpo con su recuerdo.

A punto de cumplir 62 años, no se podía quejar en absoluto de la vida que había tenido. Una familia unida, una esposa extraordinaria, dos hijas geniales y completamente distintas y una nieta maravillosa, que había nacido poco antes de cumplir él los 60.

Todas tenían en común un amor inconmensurable hacia él, y Agustín trataba de corresponder de la mejor manera posible, aunque muchas veces sentía que no era suficiente.

Su vida había sido desordenada, desaforada y difícil. Pero agradecía a Dios el haber llegado a un punto donde se descubre que la felicidad no es una etapa sino un estado, y que estaba donde quería estar: rodeado de amor. Nada era más importante para él a estas alturas.

Se preguntaba por qué esta afinidad tan grande entre su nieta y él. La abuela le inventaba juegos y bailes, y ella era feliz. Pero cuando se trataba de buscar un compañero de juego, para jugar lo que ella quería, siempre buscaba al abuelo. Agustín sentía que más que abuelo, era su amigo, su cómplice y silencioso secuaz de sus travesuras.

Y lo que no entendía, era su predisposición a acusarlo ante mamá y abuela, cada vez que él, sigilosamente y en el más absoluto secreto, le daba el helado prohibido o el caramelo negado que ella le había pedido, también muy silenciosamente. Apenas veía a su mamá, sus medias palabras trasmitían que le había dado un helado o un chocolate. Agustín la miraba tratando de darle a entender con los ojos que debía guardar silencio, solo para tropezarse con unos ojos chispeantes y una sonrisa pícara, que parecía decir: “Caíste otra vez, viejito”

Recordaba a otros ancianos jugando con sus nietos, y siempre que los había observado, sentía que había un vínculo más allá de la sangre. Parecía que la diferencia de años desaparecía en esos momentos y los niños miraban dentro de los viejos, y sabían que eran como ellos. Los niños, en muchos sentidos más sabios y naturales que los adultos, no daban mucha importancia a las arrugas, la falta de pelo y las pecas en la piel. Los bastones, andadores, vendas y cabestrillos tenían la misma importancia que un gorrito o un par de zapatillas.

Sumido en estos pensamientos, se percató que el día anterior, haciendo de caballito, se transportó a sus primeros años, donde con sus pequeños amigos hacían de caballos y cowboys alternadamente y por un breve instante sintió que tenía tres años.

Maravillado, Agustín se emocionó y relinchó tal como lo hizo de niño, causando gritos de placer en su nieta. Poco después olvidó el incidente.

Pero hoy, dejaba navegar sus pensamientos por recuerdos y vivencias pasadas. Poco a poco, algunas cosas empezaron a tomar forma en su mente. Siempre había tratado de explicarse como la cabeza viaja de “A” a “B” y de ahí a “C”, tratando de reconocer estímulos en estas ideas, pero nunca había tenido éxito.

Derrotado en este proceso, como siempre, imprevistamente una conclusión se formó en su mente como por arte de magia, como siempre. Era tan obvia que no entendía como no la había visto antes.

La niñez es el inicio del ciclo de la vida y la vejez es el final del mismo ciclo, por lo que ambos están muy cercanos y se parecen tanto, que la interacción entre los sendos integrantes es normal y natural.

Ambas son cortas y rápidas. Se crece muy rápido y parecería que se envejece más rápido aun. La vida se ve desde una óptica diferente; para el niño, todo es nuevo y se maravilla de cada cosa que ve. Para el anciano, todo es viejo y ha descubierto que ha estado mirando en la dirección equivocada. Al reenfocar su mirada a las cosas que realmente importan, descubre con sorpresa que la mayoría son nuevas para él. Siente como que ha estado mirando el lado oscuro de la luna por muchos años. Como es lógico, se maravilla, tanto o más que el niño.

Descubre nuevamente, que jugar es sensacional y mucho más divertido que despedir a una persona o planificar una proyección de crecimiento negativo para la compañía. Se da cuenta, que al igual que el niño, quiere estar siempre rodeado de gente que lo quiere y a la que uno quiere.

Junto con el niño, valora cada día y cada momento como si fuera el último. Cuando el niño quiere algo, lo quiere ya. El viejo, también. Mañana puede ser tarde.

Agustín estaba terminando su café cuando bajó su esposa. Se sentaron a tomar café juntos y le explicó su teoría, que ella halló muy lógica.

Finalmente Agustín le dijo
- Ojala que no llegue a tener dos años mentalmente y la gente no pueda entender lo que digo.
Su esposa le dijo suavemente
- No te preocupes amor. Si llega ese momento, yo voy a aprender tu lenguaje.


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