julio 16, 2016

Por Qué Escribo




A menudo me pregunto qué es lo que me fuerza a escribir. Digo "fuerza" porque mi compulsión no me deja otra opción. La sensación es incómoda. Sólo puedo compararla con mi café matutino. Podría vivir sin él, pero sin duda me lo perdería por nada y mi día no sería tan bueno como debería ser. Sé de lo que estoy hablando, porque lo he intentado, varias veces, y siempre regreso al hábito.

Lo mismo me pasa con la escritura. Una parte de mi cerebro me advierte sobre el dolor o la excitación que voy a sentir, perturbando mi estado de ánimo. Otra parte sigue presionando a que lo haga, aunque sé que me llevara a un estado en el que no quiero estar: adolorido y exaltado. Tengo que añadir angustiado.

Es ahí donde me encuentro en un punto muerto con los sentimientos revueltos. Luego de encontrar muchas cosas que hacer en la casa, con una fuerte necesidad de hacerlas hoy, ahora mismo, porque parecen en ese momento de extrema urgencia. Murmurando y maldiciendo, me siento delante de cualquier computador. Una vez más, tengo la necesidad de desfragmentar el disco duro para optimizar el rendimiento, la búsqueda de virus, mejorar el aspecto del sistema y limpiar mi escritorio antes de escribir.

Algunos días, comienzo temprano en la mañana, y si tengo suerte, he escrito algo al final de la tarde.
Me siento afortunado porque con lo que yo llamo "la evitación creativa" he sido capaz de terminar un buen número de tareas de la casa que, de alguna manera u otra, había que hacer. Por supuesto, podría haber mantenido la marca en la pared del closet durante unos cuantos años, pero es un alivio saber que estoy por delante de los proyectos por más de dos años y, en algunos casos, para siempre.

No estoy seguro donde me va a llevar esto. Probablemente nunca seré publicado. No soy tan bueno.

Además, la mayor parte de lo que escribo no se publicará jamás porque cuando lo termino lo detesto y lo tiro a la basura Me siento como Prometeo, encadenado como castigo por Zeus, con el águila comiéndome el hígado por la noche sólo para encontrarme al día siguiente esperando el águila que volverá a comer el hígado regenerado.

¿Cómo llegué aquí? ¿Por qué? ¿Es esto normal?

He leído descripciones de muchos escritores acerca de su proceso creativo, y parece que la compulsión existe en casi todos ellos. Algunos lo llaman pasión, pero yo no. Creo que hay una gran diferencia. La pasión es una palabra de un nivel mucho más alto. Es algo que la gente desea tener y mantener y quieren que otras personas sepan que la tienen. Da la imagen de una persona intensa, dedicada y con objetivos altruistas en la vida.

Por otro lado, la compulsión es una palabra de bajo nivel, con una connotación negativa. Demasiado cerca de "adicto", "alcohólico", y ese tipo de palabras. Nadie quiere ser compulsivo porque cuando la gente lo menciona como una característica de su personalidad, es en un tono de debilidad y vergüenza. Ese soy yo. Lo admito indignamente y no con orgullo o alegría. Me parece terrible.

Sin embargo, también reconozco que no puedo vivir sin escribir. Se ha convertido en una parte de mi vida, de la misma manera que los ojos o las piernas. Va conmigo a todas partes, y siempre está en mi mente como una especie de conciencia, pero sin valores morales. En cierto modo, es como una máquina de grabación de eventos haciendo siempre la misma pregunta: "¿Puedo escribir algo al respecto? ¡Guárdalo, consérvalo, guárdalo!

Por supuesto, lo hago. Pero no por voluntad propia. No tengo ningún control sobre esto. La pregunta sirve como filtro de calidad a la selección de situaciones o hechos inusuales que son gatillos dirigidos a mi imaginación.

Tengo que confesar que hay algo en mi vida que la hace única. No como la vida oscura de Edgar Allan Poe o la loca manera de vivir de Henry Miller. Es más como la infausta jornada de Fernando.

Mi curiosidad, torpeza y atracción no deseada a los acontecimientos extraños e infelices pueden ser la causa de esto. Entiendo que muchas personas piensen de esta manera, pero humildemente, creo que la mayor parte de sus experiencias palidecen en comparación a las mías.

He aterrizado en un avión sin ruedas, caído de un segundo piso, y a una piscina vacía. Una puerta industrial me cayó en la cabeza. He visto personas morir violentamente a mi lado. Me he roto el brazo derecho tres veces, mi mandíbula, todos los dedos de los pies, los dos meniscos de mis rodillas, los tobillos, y varios dedos de la mano. He sobrevivido a dos volcaduras de auto y a un accidente frontal. Se me olvidó mencionar la rotura del brazo izquierdo, pero afortunadamente, esto ocurrió sólo una vez.

Tengo innumerables cicatrices, la mayoría de ellas causadas ​​por mi torpeza. Además, tuve meningitis de niño, contraje una enfermedad llamada verruga peruana, ya extinguida y fatal hace muchos años, siendo objeto de observación de todos los médicos de una clínica que me veían como cuando se mira a un ornitorrinco en el zoológico.
También tuve un quiste pilonidal - por favor no preguntar - y un derrame cerebral.

He viajado por todo el continente americano, y partes de Europa. Sin embargo, no he estado en Canadá. Algunas personas me han dicho que es un país demasiado tranquilo para mí. No lo sé. He vivido en parques públicos, debajo de un puente, en casas hermosas y lujosas y en más hoteles y pensiones de las que puedo recordar.

Mi madre murió cuando yo tenía once años, y mi padre cuando tenía dieciocho, así que he vivido por mi cuenta desde que era adolescente.

Sin embargo, todavía estoy en este mundo. Algunos días me siento como un extraño experimento de Dios. En realidad, yo creo en Dios. No a causa de los milagros en mi vida, a pesar de haber tenido unos pocos, sino por todo lo que me ha pasado, demasiado para ser meras coincidencias.

Volviendo a la escritura, mi proceso creativo en sí mismo es largo, tedioso y doloroso. No creo que haya tenido el bloqueo del escritor del que tanto se habla. Siempre tengo varias cosas que quiero decir y cuando se agota mi evitamiento creativo, no puedo dejar de escribir. Compulsivamente durante dos o tres horas. Entonces mi mente se da por vencida y necesito recargar las baterías. Así que como, duermo o evacúo, de acuerdo con lo que mi cuerpo, y no mi mente, me dice que haga. Después de un rato, vuelvo a la obsesión en la parte más larga de mi día de trabajo.

Esta es la peor parte. Es la etapa de edición en la que destruyo la mayor parte de lo que he hecho y empiezo de nuevo. Sólo un par de veces he escrito una breve historia sin parar y la he corregido al terminarla. Si después de leer las cuatro o cinco mil palabras, me gusta, lo conservo. Una semana más tarde, vuelvo a leerlo, y si tengo la sensación de que yo no lo he escrito, sé que es bueno.

Sin embargo, mis preguntas aún siguen sin respuesta: ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Por qué? ¿Es esta la forma en que debe ser?

Empecé a escribir hace sólo cuatro años. Desde que puedo recordar, sin embargo, he querido escribir, pero mi temor de descubrir que no era bueno me ha impedido hacerlo. Lo reemplacé con la lectura, lo cual hice con placer y un sentido de urgencia inexplicable.

Cuando era niño, cometí el error de aprender a leer por mí mismo, enviando un mensaje equivocado a mi madre y toda la familia. Ellos pensaron que era inteligente, pero en realidad era obsesivo, y estas dos características son muy diferentes. Alentado por la familia, empecé a leer con avidez chistes, revistas, periódicos, libros, e incluso trozos de papel que encontraba en la calle. No importaba, con tal de que tuviera palabras y letras. Era una especie de fascinación.

Cuando mi abuela apagaba las luces del dormitorio, me colocaba cerca de la ventana para leer a la luz del poste eléctrico fuera de la casa. Como consecuencia de ello, tuve cirugía en ambos ojos dos veces, y uso anteojos desde que tenía siete años de edad.

Entonces la vida comenzó a transcurrir, y me convertí en un experto en tecnología de información. No me arrepiento de ello. Me dio muchas satisfacciones profesionales y personales. La mejor parte fue encontrar amigos de toda la vida. Veintiséis años después, todavía sigo en contacto con ellos, de una manera que yo llamaría de "corazón a corazón". Es cuando siento que puedo mirar el interior del alma de una persona y ella puede mirar a la mía. Es raro tener amigos así, pero yo tengo la suerte de contar con diez o doce, un gran número en la vida de cualquiera.

Todavía recuerdo el primer día que escribí algo. Era el aniversario de la muerte de mi tío Max, así que escribí una breve nota y la publiqué en mi Facebook. Por alguna desconocida razón, a algunos amigos pareció gustarle. Honestamente, no tenía ninguna expectativa al respecto. Era sólo un humilde homenaje a una persona que admiraba y amaba. La gente reaccionó solicitando más relatos, indicando que tenía el don de la escritura. Publiqué otro que recibió incluso más “likes” y comentarios.

Mi ego engordó, mi autoestima alcanzó niveles peligrosos, y mi imaginación me llevó a Oslo, para recibir el premio Nobel. Esto es lo que quiero decir cuando escribo que no puedo permitirme el lujo de perturbar mi estado de ánimo.

Entonces nació mi nieta y pensé que escribir era una buena forma de dejarle algo que ella pudiera saber sobre su abuelo cuando yo ya no estuviera.

Empecé a escribir de manera impulsiva, y de repente me di cuenta que casi todo lo que había escrito era muy malo. No hubo más comentarios, “likes” ni nada. El silencio en las redes sociales me sugirió que no era bueno en absoluto. ¡Ni siquiera un amigo cercano, ni un alma amable! Sólo silencio. En cualquier caso, y a pesar de la dolorosa realidad, el gusano de la escritura ya estaba dentro de mí.

Desde entonces, he tratado de mejorar la calidad de mis historias. Me convertí en un adicto y muy pronto me encontré en un agujero que yo mismo he cavado sin esperanza de escapar. No me imaginé que sería tan profundo que no podría salir.

Aquí estoy. Con la necesidad de escribir, no como esos escritores famosos que tienen el verdadero don, metódicos, elegantes, muy educados y tocados por las musas. No. Soy anárquico, descuidado y torpe.

Estoy en un agujero con el lodo y los bichos. Soy consciente que el agujero llegará a ser más profundo y mi angustia y obsesión aumentarán.

¿Es esta la forma en que debe ser? No lo sé. Creo que en este punto realmente ya no importa. No hay vuelta atrás, y estoy condenado. Algunos pequeños y oscuros monstruos se encuentran latentes en mi mente vigilando y torturándome siempre con esta obsesión. Sin embargo, aún hay una ligera posibilidad de que vaya a ser publicado y tenga mi pequeño libro. Quien sabe entonces la compulsión se detendrá. Es mi última esperanza. Aun cuando llegue allí, la probabilidad de dejar de escribir es muy escasa.

Gabriel García Márquez, el autor y periodista colombiano ganador del premio Nobel dijo que escribía para que la gente lo quisiera más.

Yo simplemente escribo porque no tengo ninguna otra opción o tal vez sea porque amo a otros seres humanos